La lucha siempre se presenta caliente el 8 de marzo. Si a Donald Trump o, más cerca, a Santiago Abascal les preguntas sobre la repercusión de la lucha en favor de la mujer responderían que es la culpable del cambio climático. Es un día simbólico para compartir objetivos pero de nada sirve si los abusos sobre su persona campan forzudos el resto del año, la brecha salarial crispa una guerra de sexos histórica, la desigualdad sigue activada por decreto ley y la sociedad no reacciona al unísono ante un problema que nos incumbe a todos. Debería ser el principio del fin sin hacer juegos de palabras baratos. ¿Por qué a algunos políticos se les llena la boca de aire con promesas etéreas?

Hoy, ¿por fin, entenderemos que es de todos y nos compete a todos por igual? Que existen muchos tipos de barricadas, que el respeto es el único carné representativo de los derechos humanos, que la prostitución femenina comienza en el hogar, que el término feminazi es una torpeza lingüística tendenciosa y manipuladora, que la dictadura del patriarcado impulsa un reduccionismo familiar, que las proclamas extremistas distancian en vez de acercar, que la indefensión comienza con el silencio, que una manada es ganado urbano con prepotencia agresiva, que las redes sociales son el pastizal del anonimato perverso, que la protección a la infancia se blinde y no sea mercancía del internauta enfermo, que las palabras impliquen compromisos reales, que la elección sexual no sea castrada por el género ni la educación, que los prefijos como indicadores sexuales sean una riqueza moral patrimonio de la humanidad, que la falta de respeto se la lleve el viento, que anteponer el puesto de trabajo a los abusos laborales es la sumisión con miedo, que la valentía significa arriesgar y no callar, que los partidos políticos están para proteger nuestros derechos no para prometer, que la Iglesia debe ser menos servil con su entidad abstracta, que los religiosos pederastas no tiene que ser unos hijos privilegiados de una logia masónica, que el Vaticano se desnude en vez de rasgarse las vestiduras sin condenar los abusos a mujeres desprotegidas, que el feminismo no sea una consigna bélica ni el machismo un martillo pilón, que la frase ‹‹Todo feminismo acaba siendo un machismo con falda›› sea más terrenal que espiritual, que el anglicismo fake no se convierta en dogma, que se diferencia entre sexo débil y sexo fuerte sea un recuerdo prehistórico, que la caza de brujas por cuestiones sexuales se considere arcaica. Ya lo dijo Simone de Beauvoir: ‹‹El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos››.