Cuando alguien mete la pata, rectificar es de sabios. Bien. Pero, antes de meterla, deberían comprobarse la sintaxis de las frases que se dicen y su concordancia. En estos momentos preelectorales, se habla de manera más visceral que elocuente y los medios de comunicación se convierten en altavoces de publicidad gratuita. Se dicen barbaridades sin reflexionar. Las palabras corren como la pólvora y las reacciones no se hacen esperar. Somos libres de expresar lo que pensamos pero, un dirigente político ¿no debería ser más cuidadoso con su lenguaje plebiscitario?
En política, todo vale, y, en tiempo de campaña electoral, la libertad de expresión se expande con más comodidad. Hay barra libre para convencer a través de la difamación y la mentira. Las posturas se endurecen para consolidar al electorado y atraer a los indecisos manipulables gracias al magnetismo verbal. Los candidatos hacen y deshacen, se retratan en sus dislates y se quedan tan panchos hasta que el malestar provocado les hace recular. Ellos lo llaman rectificar camuflando la tergiversación ideológica que subyacente.

¿Es bueno defender ideas con argumentos académicos coloreados? Antes de hablar hay que documentarse para sostener el fervor electoralista traicionero. Si las palabras se escupen con verborrea seudocientífica, la avalancha analfabeta se desprende violenta. Adolfo Suárez Illana, y sirva de ejemplo para los demás políticos, debería informarse sin alardear de sabiduría callejera. Su convicción en contra del aborto es respetable, y legal, pero cuando su incultura nos deja boquiabiertos, no se sabe si tomarlo a broma o llorar (de risa). Las palabras de Illana en Onda Cero fueron un remate a la chilena con efecto, un gol de penalti que cosifica la defensa del aborto como opción.
Entre sus perlas, el candidato del PP dijo: ‹‹hay que ayudar a las mujeres que tienen que decidir entre ser madres de un niño vivo o un niño muerto››. Cuando hay nacimiento, ya no existe aborto. ¿Ser madre es tan sólo parir? Ser madre no es un juego de Barbies ni muñecas de Famosa. La mujer, y aquí viene el matiz, más allá de una elección determinista, debe optar entre la maternidad deseada y su negativa. Los tiempos de hacer hijos como chorizos a través de una sexualidad procreadora quedaron atrás. Si tanto se preocupa por la maternidad y su descendencia, ¿qué pensará el señor Suárez Illana de los niños robados? En su afán por cargar contra las mujeres levanta el espejismo de Antonio Vallejo-Nájera. El delfín de Casado en las listas madrileñas ahora va de antropólogo por los micrófonos radiofónicos. En una aportación meritoria de pruebas a la solidez de sus palabras, traspasa fronteras cuando sentencia que en Nueva York se ha aprobado una ley que ‹‹permite el aborto después del nacimiento››. Aseguró que los neandertales ‹‹también usaban el aborto››, ‹‹lo que pasa que esperaban a que nacieran y le cortaban -al recién nacido- la cabeza››. Por suerte para el señor Illana, los humanos actuales sólo tenemos entre un 1% y un 4% de ADN neandertal en nuestro genoma. ¿No habrá sufrido un desliz temporal confundiendo neandertales con espartanos?
Las palabras traicionaron traicionaron su intención moral al tener que negar la mayor y, según confirmaciones vía expresa en forma de valija diplomática, le han asegurado que esa ley no existe y, por lo tanto, sus afirmaciones eran falsas e inventadas. ¿Se referiría a la Ley de Salud de Reproducción (RHA) del estado de Nueva York que interpreta el aborto como una cuestión de salud pública y no penal?

Defender la vida no es negar el aborto como algunos quieren hacer creer. Antes de prescribir recetas falsas, debería estudiar un curso acelerado de medicina básica: la que separa el acierto del error, la verdad de la mentira al estilo de Pío Moa. Vox nos trasformó en feminazis convencidos y Adolfo Suárez Illana ha sacado el lado neandertal que llevamos dentro. ¡Gracias chato! Si hablamos del número dos de Pablo Casado en las listas a las elecciones generales del 28 de abril cómo andará el número uno. Es bueno rectificar pero mejor no necesitarlo; que la gravedad de los razonamientos no supere lo anecdótico. Para neandertal, el que se ahoga en sus palabras.