Lo que se dice, muchas veces, no impacta tanto como quien lo dice. El dardo envenenado de la palabra se abalanza sobre el emisor aunque, si miramos su procedencia, no sorprende. Unos, manipulan el sentido común; otros, defienden un victimismo que todos debemos aceptar; ambos miran por sus intereses. La ultraderecha de Vox pretende sacar las fiestas del Orgullo Gay del centro madrileño para llevarlas a la Casas de Campo, alejadas de la contaminación, el ruido y la libertad de expresión. Las intenciones se transforman en sintaxis descoordinada donde el orden de factores altera el producto. La pretensión de Ortega Smith convierte al sujeto en objeto directo con poder indirecto conectado al complemento circunstancial de lugar. El progresismo está que trina con la última jugada preparada en las filas de Santiago Abascal. En un debate para el Ayuntamiento de Madrid entre los seis candidatos principales a la alcaldía, alejado del calor que las plazas de toros proporcionan y calentando motores para el 28A, el candidato de Vox no ha perdido el tiempo para sembrar la polémica. Llevar las jornadas del Orgullo Gay a un emplazamiento que roza la línea de lo excluyente no es la solución para los problemas que estas macrocelebraciones generan: ruidos y suciedad. No sabemos conjugar tolerancia con civismo; allá donde la palabra fiesta se escucha, los vecinos padecen un tormento impuesto, injusto e innecesario.
El centro pierde valor frente a la periferia. Las palabras, enseguida, se han interpretado como un síntoma de su radicalismo. Unos dicen que el sentido participativo de la diversión se pierde; hay opiniones que no ven mal quitar la patrimonialidad de una lucha que ha de ser diaria; para otros, es el comienzo de un destierro ideológico. Y algunos se preguntan si el centro madrileño tiene que sufrir las consecuencias molestas de un calvario feriado.

El sector hostelero, importante en la semana gay, y radicada en torno a Chueca, no ha dicho nada; la Asociación de Empresas y Profesionales para Gays y Lesbianas de Madrid y su Comunidad (AEGAL) tampoco. Con motivo de las elecciones próximas, Carmen García, presidenta de Cogam, dijo: ‹‹Son tonterías. No le doy importancia. El orgullo es una fiesta y una manifestación. Si la quitan, nos invisibilizan››. ¿Si la propuesta hubiese salido del PSOE o Podemos: tendría color progresista, ecológico y solidario? ¿Y si respondiera a una consulta popular al estilo suizo? ¿Qué pensarán los chuequeros que tienen que seguir trabajando durante el Orgullo Gay? El entorno urbano marca el espíritu de una semana que ha rebajado su carácter batallador para convertir el desfile grande, patrocinado por marcas comerciales, en un espectáculo sin esencia pero con igual, o más, colorido.

En este tipo de acontecimientos, liberamos nuestro lado más salvaje apoyándonos en la celebración multitudinaria. Su logística incordiará a algunos más que agradar, sobre todo si tienen que levantarse temprano. El peso de la masa pone en ridículo la urbanidad humana. Ahora bien, que Ortega Smith hace de salvapatrias al mover unas conmemoraciones incómodas para su partido aunque no sorprende. La borrachera del Orgullo tarda en recuperar la serenidad. Los servicios de limpieza municipales recogieron 413.340 kilos residuos desde el 29 de junio hasta el 10 de julio de 2018.
La sospecha no está en la propuesta de Vox sino en la intención del anunciante. Si las fiestas del Orgullo no cercaran el centro madrileño para convertirlo en un espacio donde el sol no se pone durante diez días, todos estaríamos más contentos. Si criticas el talante del Orgullo te critican, si no te involucras en el corazón del Orgullo te tachan de homófobo. Si lo respetas, ¿es mucho pedir que te respeten? Sugerir un cambio de ubicación para conmemorar el Orgullo es pecar de intolerante pero sabemos que la homofobia de la ultraderecha española va en sus genes y servirse de soluciones como esta, en tiempos de elecciones, resulta oportunista. ¿El Orgullo, y lo que le rodea, es intocable?
¿Qué pasaría si un concierto de música rock masivo se celebrase en una sala pequeña, sin protecciones acústicas, sin medidas de seguridad o en las calles de Madrid? Reinaría el caos.

Bien por unos días con tradición luchadora mientras reivindican derechos que no se han alcanzado en la totalidad. Todos cabemos bajo el paraguas cívico; nadie tiene que ser desplazado por nadie. Cuando una parte no respeta a la otra, viene la tiranía aunque sólo dure una semana al año. Otras manifestaciones de júbilo celebrando triunfos deportivos exhibicionistas también molestan. Las hemos normalizado en nuestro ADN social. La capa de suciedad que cubre Madrid por estos actos la deberían quitar los equipos de limpieza del club deportivo no los servicios comunes.
Por un lado, está el derecho a manifestarse; por otro, el derecho a divertirse y también existe el derecho a no participar en unos festejos que provocan bastantes molestias.
¿Qué pasaría si ahora se celebrara el Día del Orgullo Hetero, el Día del Orgullo Chapero, el Día del Orgullo Escort o el Día de las Putas de Montera a 50 euros la Mamada? Que tome nota el interesado.