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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

EL HOMBRE RUIDOSO
La soledad y compañía que implica el coronavirus

JGS

'Todo va a salir bien': el lema anti COVID19
 

Las tragedias desnudan las miserias del ser humano. Vivimos tan encerrados en mundos individuales dentro de la pandemia metropolitana que el desconocimiento social es mayúsculo. La impotencia hace que cuando algo golpea fuerte al colectivo, ansiemos la necesidad de cercanía humana.
El coronavirus comenzó en China, y en España no pasaba nada; llegó a Italia y algunas voces se movieron inquietas, empezando por las xenófobas. El rechazo al germen aumentó el odio racista que busca en la expulsión extranjera la pureza nacional. Pero el bicho infecto no descansó y, en vez de cebarse con los migrantes que tenía Italia, también se metió con los italianos. Dejó de ser un problema traído por los piojos amarillos y se transformó en emergencia nacional que asustó a todos los italianos; repito, a todos. El COVID19 no es racista, ataca a cualquiera. Su conquista, dirigida por la muerte como edecán implacable, se ha extendido por todo el mundo como una mancha de petróleo ante la que el chapapote gallego es una lágrima minúscula.

El coronavirus ha entrado en las familias, se ha sentado en el sillón patriarcal y en el de la conciliación mientras desfogamos los miedos de una salud en peligro con internet. Los bulos, datos oficiales, llamadas a la calma, preparativos para lo peor o mensajes institucionales obligan a la discriminación informativa. La continuidad, que antes llamábamos rutina, estrangula con la dictadura del miedo. Lo que más duele es que nos hayan robado la potestad sobre nuestras vidas. El ser humano se siente solo, diminuto y enclaustrado. Acostumbrados a movernos en una sociedad ruidosa, somos guardagujas del tiempo secuestrados sin poder desconectar de la norma llamada confinamiento. Esta palabra tiene una carga religiosa potente en forma de resignación arrebatada por el paganismo. Hace un semana, lo tomamos como algo divertido; ahora, su constancia agota. No aceptamos que su poder inmovilizador paralice una actividad social conectada al ruido. También somos capaces de reírnos del encarcelamiento civilizado con la complicidad del espejo.

La reclusión nos ha unido y ha descubierto neurosis que latían tranquilas. Los vecinos se comienzan a conocer, nos miramos más de un minuto, analizamos y compartimos las expresiones, intercambiamos palabras, lanzamos muecas animosas: se alienta y disfruta. Somos muchos contra uno. El contrincante común de este partido de fútbol aprovecha cualquier fuera de juego para seguir metiendo goles mortales. La huelga laboral se ha vuelto innecesaria porque el derecho a trabajar ha desaparecido. El coronavirus se lleva a empresarios y sindicatos por igual.
Este parón regala un momento para reflexionar irrepetible. El hombre es un animal tan solitario como grupal. Ahora permanecemos unidos pero, ¿y después? ¿Regresaremos a nuestros hábitos egoístas? ¿Seguirán siendo familia los vecinos? ¿Qué pasará cuando esto se haya vencido?, y que sea pronto. ¿Cuándo volverán a angustiarnos los problemas de la vida consumista? Estamos ante una oportunidad de oro para pensar en silencio, dejarnos abrazar por su presencia, recapacitar sobre nuestras carencias morales y meterlas en la mochila vital, estrechar vínculos sociales y adherirse a ellos como el caracol a su baba. Pero, me temo que nos desprenderemos de ellos con voracidad de plaga. Tampoco es tiempo para pintarlo todo de color rosa sobre la muralla que ha tapado el horizonte ni de bailar en las fiestas comunales montadas para la ocasión. Primero, viene la solidaridad; luego llega la saturación para acabar con la normalización de la vida solitaria, recluida en preocupaciones personales.

 


JGS

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