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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

SANIDAD Y ECONOMÍA
Los tentáculos del mercado negro se extienden al coronavirus

JGS

Los profesionales de la Sanidad tienen que improvisar ante la falta de mascarillas y otras dotaciones para trabajar de manera segura, Madrid
 

Patrick Swayze y Keanu Reeves, dirigidos por Kathryn Bigelow, se fueron en busca de la gran ola durante el rodaje de Sin llímites. Hace poco, Pedro Sánchez nos advirtió de que otra gran ola estaba por llegar: el pico del coronavirus. El carisma de surfero suicida, envalentonado por Swayze, es una caricia marina ante el maremoto causado por COVID-19. Nos protegemos de esta bola de dragón sin protagonismo peliculero excepto el de los descerebrados que salen a cazar gamusinos con chulería enferma. Los gobiernos autonómicos se han puesto manos a la obra para surtirse de contramedidas que permitan trabajar con las garantías necesarias para luchar contra esta pandemia. La muerte se ha convertido en la gran ola que debemos sortear mientras la del coronavirus nos empapa. Siempre, y ahora más que nunca, se ha escuchado que el Sistema Nacional de Salud (SNS) español es el mejor del mundo; la euforia inicial se ha rebajado a ‹De los mejores del mundo› hasta quedarnos en que está preparado para responder con eficiencia ante profesionales y ciudadanos. Eso, al coronavirus le da igual. El problema sanitario, que no puede olvidar su cara social, es también un problema económico. La gestión de cada autonomía se ha adelantado en una carrera sin talante de equipo. Por citar algún ejemplo, en Madrid, el gobierno de Ayuso asegura que ha comprado respiradores y otro material sanitario a China pero no puede detallar el contenido de la compra porque ignora el contenido del pedido. El consejero de Sanidad dice que ‹‹China es ahora mismo como un mercado persa››. El govern de Quim Torra va por libre al admitir compras al margen del Gobierno central. El ejecutivo de Urkullu ha adquirido, en los últimos días, un millón de mascarillas y materiales diversos procedentes del gigante asiático y otros países. Ximo Puig ha comprado, también en suelo chino, mascarillas, guantes EPI y equipos de protección.

La especulación ha captado un nicho nuevo donde el peso del dinero es más determinante que el de la salud para inclinar la balanza hacia su lado. Se dice que la entrada de los movimientos lucrativos supondría una reactivación del activo paralizado y desmovilizaría la economía. Volvemos a estar en manos de la injusticia monetaria, o sea, la iniquidad capitalista. El mercado global se ha convertido en un zoco donde el postor con más dinero fresco se lleva el género; la desesperación del Gobierno español, producto del desabastecimiento, ha permitido la compra de mascarillas sin la calidad exigida por la UE. Cuando esto acabe, ¿vendrá el mercadillo de médicos, enfermeras y otras piezas del mecano hospitalario? La respuesta queda en los economistas. España no es capaz de aislarse del resto del mundo, China: sí.

La salud pende de la economía. En el mercado oscuro de la lucha contra el coronavirus impera la negociación liberal frente a la intervención estatal. Es un ejemplo de cómo se trafica con la salud y cómo las emergencias nacionales obligan al trato directo con el enemigo. La crisis del coronavirus, social y sanitaria, no se gana si los agentes políticos no superan la batalla del comercio internacional, por mucho que los españoles arrimen el hombro. Los titulares más recientes se escriben con cifras escalofriantes, para lo bueno y lo malo: España compra material sanitario a China por valor de 432 millones de euros; En las próximas semanas llegarán 550 millones de mascarillas, 5,5 millones de test y 950 equipos de respiración asistida; España supera a China en muertes por coronavirus con 3.434 fallecidos; Los contagiados aumentan un 20%, hasta los 47.610, según el Ministerio de Sanidad.
Hoy, la sanidad, y la vida, por extensión, son un baile de cifras fluctuante que no admite pesimismo ni euforia.
Destruir el coronavirus es responsabilidad de todos, como dice la publicidad institucional, pero de qué sirve si la política no se aclara. Un gobierno que no invierte en investigación es, y será, un gestor analfabeto, destructor de puestos laborales, desinteresado por la salud de sus ciudadanos y contribuyentes.

Antes, China era la víctima; ahora es el proveedor mayor de ayuda contra el coronavirus. Mientras el mundo la señala como epicentro de un mercado persa, Irán celebra la llegada del año número 1399 bajo su sombra. La improvisación descubierta por efectos tipo COVID-19 no ha previsto contingencias como esta. Seguro que el Gobierno de la CAM tendrá previsto, entre sus prioridades, una invasión de alienígenas inmigrantes. Menos despedidas en caliente de científicos formados en España y más barreras antivíricas. La industria de los respiradores la dirigen cuatro oligopolios: Novartis, GSK, Valeant y Lilly. Iniciativas tipo Coronavirus makers, y un consorcio de empresas gallegas destinado a la construcción de respiradores, rompen esta visión monopolística de la vida. Ahora, los fallos administrativos están poniendo en jaque a la sanidad española. El gasto público del sector por habitante disminuyó en Madrid durante 2017, según la Oficina Europea Estadística (Eurostat). La misma fuente dice que, ese mismo año, el gobierno español invirtió en salud el seis por ciento del Producto Interior Bruto. Entre finales de 2007 y principios de 2008, era Aguirre, se crearon siete hospitales públicos de concesión privada con menos camas; la marea blanca nació. El coste final de estas operaciones ejecutadas a troche y moche lo está pagando el ciudadano.

La presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se lanzó, hace días, a la compra masiva de material médico para atacar al coronavirus. Los dos aviones que prometió, fletados por Sanidad, y repletos de ayuda médica, tenían que haber llegado el 24 de marzo y por ahí siguen volando, gastando combustible para tomar tierra en una pista de aterrizaje asfaltada con dinero. Ayuso empieza a visibilizar la carrera contrarreloj en la que se ha metido y que el mercado chino es más duro que la pela catalana. ‹‹Sólo sé que hay países que se nos han adelantado en estas compras... En China tiene que llevar casi el dinero encima para ir comprando las cosas››, ha dicho. Acostumbrados al pago a proveedores a noventa días, la sorpresa ha sacado los colores a la CAM: mitad colorada, mitad cianótica. El mercado es así de frío e insolidario; es economía.

Los 10 años de recortes sanitarios culminan con el caos del coronavirus mientras aviones fantasma y respiradores que se venden por internet pululan sin regulación. Los profesionales no están funcionando en la mejor sanidad del mundo cuando han rulado a base de recortes. Su prestigio, ahora, no es una cuestión de calidad sino de logística entredicha. Me pregunto si los españoles viven más gracias a la optimización de la dieta mediterránea en vez de la sanidad que sale de la Puerta del Sol. El sistema sanitario mejor del mundo no es el que se halla secuestrado por la ley del mercado. El sistema sanitario mejor del mundo no es el que se encuentra desprevenido ante las catástrofes imprevistas. Todas las catástrofes son imprevistas. El sistema sanitario mejor del mundo no es el que recorta en gasto médico y social para, en situaciones adversas, tener que echar mano de 50.000 personas, entre MIR, licenciados sin plaza, jubilados o estudiantes de último año de carrera. El sistema sanitario mejor del mundo no existe, creo. El sistema sanitario que no presume es, por lo menos, confiable. Los aplausos en los balcones son un ejemplo de la efectividad en favor de la sanidad. Son la vacuna óptima contra el desaliento.

 


JGS

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