En un lugar sin patria de cuyo nombre sí quiero acordarme, no ha mucho tiempo que apareció un tipejo de los de aspiradora en mano, aljofifa recién estrenada, chucho compañero y mascota virtual. Vitrocerámica a fuego lento, cocido los lunes, pescado los martes, alguna hamburguesa vegetal los miércoles, ensalada de colorido hortícola que no falte cada día y manzana por la noche volvieron a ser huéspedes de un estómago sin tacto. Así, entró el microondas en un estado de marginación enferma y solitaria. Volviose loco el innovador cocinero entre recetarios e inventos culinarios con más agrado que descontento mientras los libros de cocina apolillados alimentaron el despertar de su mente literaria.
Camisas amplias y pantuflas desgastadas patrullaban su morada prontamente embistiendo al agotamiento como espadachín mesnadero. Convirtiose nuestro caballero en explorador de estanterías polvorientas, compañero de ejemplares redescubiertos. Su hambre de lectura alimentaba el buche devorando páginas con tropezones de amoríos, entuertos, carcajadas, lágrimas, despedidas y arribadas, enigmas y búsquedas gracias a la avidez de insomne libresco. Alimentó espíritu y cuerpo con el marcapáginas de su ansia, ejercitando dedos y cuello con sabiduría gimnástica. El elemento referido hízose solitario en la lucha por ocupar un tiempo detenido. Se ganó la confianza de los relatos sin importar la reluctancia del título ni el grosor del contenido. Encerrose en el laberinto de la lectura confinada por necesidad sin importarle la preocupación de su casero. Se olvidó de visitar el supermercado. Este 23 de abril de 2020 vivirá en su recuerdo como fortín hogareño, como bálsamo y yelmo perseguidos por la silueta de Dulcinea. Mientras, el resto de vecinos festejaba el Día del Libro.
Así reza el principio y fin del Capítulo primero Que trata de la condición y ejercicio del desconocido y valiente hidalgo don Confinado de la COVID-19.
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