Las cifras redondas siempre nos han chiflado más que las desaliñadas: esas que tienen cada número de un padre y una madre distintos. Los guarismos mueven el mundo, desde nuestra cuenta bancaria paupérrima hasta las de quienes calificamos orgullosamente como megamillonarios. Sin saber lo que eso significa, sólo conocemos la extensión infinita de fortunas que acentúan cualquier presbicia. La cantidad mareante desorienta la brújula de la justicia social aunque esos montos galácticos se hayan ganado con el sudor de una frente que apenas tiene arrugas. Y si luce alguna, es síntoma para que los demás nos equiparemos a ellos. El currito con más necesidad de trabajar que oportunidades laborales se ríe de las fortunas exorbitantes porque no gozan del estatus eterno. Quien no se consuela es porque no quiere. El coronavirus se ha tomado en serio una carrera de fondo que comienza a desgastar. Más números: los del paro que no paran de crecer. Quien diga que la vida no es matemática pura es un analfabeto o está muerto. Quien diga que la actualidad no significa una evolución numérica con pedigrí vírico es un ciego peligroso. El reino de los dígitos sigue vivo mientras las reflexiones se convierten en cadenas de expresividad aritmética. Las variables se abren paso entre contagiados y muertos, formulando ecuaciones desconocidas, sembrando las estadísticas de cifras disparadas que ni ellas mismas pueden controlar su crecimiento. El día a día es un cómputo incontrolado dirigido por coyunturas desbocadas. La vida ya no es sueño, la vida es un número.
En 1967, el veraneo crecía en España como un bicho silvestre; Benidorm se expandía en vertical. Manuel Fraga Iribarne, desde el Ministerio de Información y Turismo, asentaba las bases de lo que hoy denominamos marca España. Maldita calcomanía rasgada por una pandemia arrebatadora de personas e ilusión. Durante el triunfo de la explosión turística, Los Stop arrasaban las listas de éxitos con la canción El turista 1.999.999. Cantarla era un travalenguas para ligones de playa a lo José Luis López Vázquez, un espaldarazo a la política del gallego con más tonelaje que hemos tenido. El reclamo publicitario contentó de manera distinta con efusividad lotera. En enero de 2021, otra música nos corroe las entrañas. El coronavirus ha superado los dos millones de contagiados.
El éxito de Los Stop se queda corto para una pandemia imparable ante la que muchos han preferido no perdonar el turrón de las reuniones familiares y ahora lo estamos pagando todos. La hemos cultivado a conciencia, con más dedicación que los mafiosos que custodian sus plantaciones de marihuana entre la gente humilde de La Cañada Real. Quizás en unos meses, esta cifra sepa a poco y no pertenezca a los infectados en España sino a los muertos. |
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