La tradición de pedir no puede faltar en Navidad. En la recta final de unas fiestas banalizadas, los deseos de buena voluntad bajan al segundo puesto de nuestras demandas. Mientras los propósitos de enmienda se queden en el papel, habremos escrito una carta con los reglones torcidos a Sus Majestades. La ilusión, compañera de esperanza impremeditada, suele traicionar. La realidad pinta negra como el carbón. Vaya paradoja: ahora que luchamos por reverdecer el planeta, y queremos eliminar la quema de este combustible fósil, los Magos de Oriente, el Capitolio y la Moncloa nos recompensan con más negrura contaminada. Nos hemos ganado esta recompensa gracias al esfuerzo y dedicación.
Majestades, les pido que este año no hagan nada, que no respondan a ninguna carta y que dejen a los humanos naufragar en su sostenibilidad (ese vocablo tan de moda, y poco entendido, que se está convirtiendo en elemento perversor del discurso social). ¡Déjennos tranquilos! Miren por su artrosis, y la de sus camellos, no sea que algún miembro del PACMA (Partido Animalista Contra el Maltrato Animal) los denuncie por esclavitud animal. Son muchos años haciendo la misma ruta y los pedos de los camellos contribuyen a la polución ambiental y su pezuñas esparcen la arena que poco a poco nos come.

Quien piense que necesitamos reyes para cambiar el mundo es un iluso y quien crea que la carta de hoy solucionará los problemas no quiere ver la realidad. Los mensajes llevan matasellos electrónico con sonrisas impostadas, para ahorrar costes, porque la sinceridad también cuesta.
¿Cómo pedir un medio ambiente más sano cuando las emisiones de CO2 superan la velocidad de Usain Bolt? ¿Cómo pedir más solidaridad cuando el espíritu competitivo está de moda? ¿Cómo pedir más igualdad cuando la brecha salarial supera los botes de Michael Jordan rompiendo la canasta? ¿Cómo demandar equilibrio social cuando la desigualdad es lo que mueve al mundo? ¿Cómo exigir eficiencia burocrática cuando faltan medios y sobran cargos ineficientes? Los peques se han convertido en influenciadores jugueteros. La inteligencia artificial terminará suplantando a Melchor, Gaspar y Baltasar. Por pedir que no quede... Soñar es libre. La libertad nuca puede tocarse. ¿Nunca? Bueno, nos la tocan y nos retocan los sueños.

Que los jinetes bíblicos se queden en Belén, por seguridad personal. Ojalá que no se encuentren con vallas ni controles fronterizos capaces de ver un mosquito en la noche saltándose el espacio de Schengen a la torera y con manoletinas rojiblancas. ¿Para qué venir si algunos se encargan de borrar el color de su piel en las tarjetas de felicitación? Si acuden, que se traigan un tanga por si acaso ya que la climatología invita. ¿Qué misiva escribirán los catalanes? ¿A qué rey querrán más? ¿Se lo apropiarán o le cobrarán impuesto revolucionario por pisar sus tierras?

Cuando éramos pequeños, nos decían: ‹‹Pon la verdad en tu carta. Los Reyes se enteran de 'casi' todo lo que haces››. Todavía creemos que ‹‹Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas›› mientras arrasamos todo lo que nos molesta. Sólo pido respeto: a la vida, a morir, a la soledad, a compartirla, a un hogar, a que no te larguen de tu VPO.
La carta a Los Reyes Magos parece una lista de la compra sin presupuesto. Como la realidad nunca se corresponde con los sueños, nos quedaremos con visitas invisibles al gimnasio. Los mayores somos como niños y ojalá que los niños nunca sean mayores.