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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

DE CORAZÓN A CORAZÓN
Una fecha especial que no es única

JGS

El 19 de marzo se celebra el Día del Padre marcado este año por la pandemia
 

Los días festivos están señalados en el calendario con un punto rojo. Mejor dicho, unos desconocidos los destacan para nosotros. Se encargan de recordárnoslo para que no olvidemos lo especial del momento, bombean un corazón comercial que late gracias al sentido compulsivo de los impulsos. Se convierten en asistentes personales del consumismo. Nos inducen a pensar que el amor se demuestra con un regalo puntual adquirido en su establecimiento. El cariño es una moneda de cambio que el 19 de marzo aumenta su valor comparada con el resto del año. El detalle fugaz, candidato a ocupar un lugar en el cajón de los recuerdos, se escribe con mayúsculas. El Día del Padre no se inventó para honrar al progenitor sino para dedicarle algo más de tiempo que lo usual. El Día del Padre es una jornada con sabor a paella o ensaladilla rusa familiares; una fecha singular; una ocasión para recordar lo diminutos que éramos en pantalón corto ante aquel ‹‹cuando seas padre comerás huevos›› majestuoso. Ahora que esos críos han crecido y han construido un hogar por convencimiento o porque la rueda de la evolución social lo marca: ¿cuántos sienten la paternidad como un privilegio universal que disfrutan plenamente? Ser padre es entregarse a la vida que nace, desde su llanto inicial hasta el suspiro último que fusiona las manos de dos mundos en un acto de relevo generacional. No ocupa espacio acordarnos de aquella persona que, a menudo, tenemos olvidada; recuperar a quien hemos arrinconado porque no forma parte de la rutina laboral.

El coronavirus ha silenciado la felicitación en muchas bocas. La fatalidad inexplicable le ha erigido en culpable de celebraciones vacías, de ausencias, de fantasmas envueltos en angustia. La pandemia ha adelantado despedidas inesperadas, ha colgado su rabia en el muro de la impotencia. Jamás apartará el amor cómplice que supera un lazo sanguíneo. Esas personas que ya no pueden celebrar su fiesta también merecen un lugar en el memoria general.
La tradición religiosa nos ha inoculado el virus del adiós físico, de que ver agonizar al moribundo es lo normal; no tenerlo cerca abre las carnes de nuestra debilidad infantil. Cuando amas a un padre por encima de todas las cosas, respiras proximidad, la separación no existe: sólo hay una desunión material incapaz de romper el abrazo espiritual.

La vitalidad de decir ¡fue mi padre hasta el último día! (ayer murió en soledad) se enorgullece frente a quien afirma ¡mi padre está muerto! (y continúa vivo). Las residencias se encuentran repletas de hijos que instalan a sus antecesores sin pedirles permiso y luego lloran por ellos. No apreciamos lo que nos rodea hasta que desaparece; hasta que no tenemos a quien vomitar nuestra indignación quejumbrosa; alguien con quien discutir un fuera de juego polémico o el valor de una sigla política ante otra; debatir distintos puntos de vista de la Historia; enfadarnos sin aspavientos, sabedores que, después de la tormenta, la calma llega siempre y el choque es el desencadenante para abrir camino, sin estancarse en una ciénaga obstruida. Un padre.
Gracias por permitirme ser como soy; gracias por confiar en mi; gracias por aceptar mis locuras y mis sueños, que se salen de tu visión pragmática de la vida; gracias por respetar mi rebeldía; gracias por tu fortaleza; gracias por ser modelo de honradez; gracias por enseñarme los trucos comerciales del negocio que yo decidí no seguir; gracias por un regalo llamado Otón; gracias por cuidarlo tan bien; gracias por enamorarte de mamá, doña Aurelia.

Hoy, dice la sociedad interconectada, un padre se lo merece todo. El catálogo para complacer al rito social abunda en anglicismos de comprensión difícil entre quien ya es abuelo. Los jóvenes son obligados a reciclarse con la versión flamante del iPhone-unodos.trescuatro, la playnosequé, un smart-cuaderno-reutilizable o dispositivos blutuz que visten al hombre biónico. Estos cachivaches inteligentes superan el conocimiento del comprador y agasajado. Un beso improvisado, una sonrisa espontánea, un desacuerdo comprensivo son más tiernos que una caja envuelta con papel charol y lazo de regalo.

 


JGS

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