El mes mayo se ha echado encima con la que está cayendo, a las puertas de que el estado de alarma finalice. Las elecciones para arrebatar el puesto de la alcaldía madrileña han levantado en armas a los partidos políticos, han despertado la esperanza apagada del obrero sumido en la desesperación, han encendido los ánimos parlamentarios con vituperios, sus señorías se han agarrado a la terminología disyuntiva que pretende manipular el diálogo. Mientras, la calle recupera el pulso de la actividad, la curva del coronavirus se mantiene activa excepto en la población vacunada. El germen se comporta como un mecanismo perseverante. La precaución debería respetar las restricciones ante las alertas de la EPA de que todavía queda camino por recorrer hasta alcanzar la recuperación económica. La pandemia ha acrecentado las diferencias sociales que robustecen al rico y debilitan los bolsillos menos pudientes. La brecha social es la Marca España nacida al calor de la COVID-19. El Día del Trabajador toma color de aceleración electoralista hacia las urnas del 4M. La derecha que delata la farsa comunista critica las manifestaciones de hoy, espera ansiosa la corrida de toros de mañana como celebración de unidad porque ‹‹hago lo que me da la gana›› (Isabel Díaz Ayuso).
Aún queda fuego en las venas del ciudadano sometido a la ley del mercado libre porque la precariedad tumba cualquier intento regulador de su salario. El carácter sindicalista, propio de la izquierda, ha sido estrenado por la ultraderecha para arañar el voto obrero desencantado. Solidaridad, el proyecto de Vox que nada tiene que ver con el de Lech Walesa, se ha puesto de largo bajo el eslogan ‹‹Sal a defenderte››. Defenderte de la inseguridad barrial, con un guiño a Marine LePen, cercando los movimientos a los Menores Extranjeros No Acompañados (MENAS); implantando el pin parental; retando a los sindicatos de clase. La alternativa de Santiago Abascal y Rocío Monasterio, que con su populismo niega los avances científicos, aprovecha el día para levantar conjuras entre empresarios y la afluencia masiva de extranjeros ilegales que allanan la inestabilidad salarial. El trabajo no es un derecho de sangre nacional. Todavía hay alguien que desea patrimonializarlo para estrangular su universalidad. El Primero de Mayo está marcado por el internacionalismo y, en 2021, la deslocalización de las fronteras. Esta conmemoración no puede olvidar los desempleados que Isabel Díaz Ayuso ha denominado ‹‹mantenidos subvencionados›› en referencia a la gestión de Pedro Sánchez sobre el coronavirus. Tampoco pueden olvidarse los sanitarios que no han puesto límite a su dedicación y sacan fuerzas donde sólo queda sudor fatigado. La realidad nueva ha traído un lenguaje diferente. La digitalización empresarial, la economía verde, la instauración del teletrabajo, los repartidores a domicilio, las cocinas fantasma, la popularización de los términos ERTE y ERE se han sumado a un vocabulario perdido en la angustia de lo desconocido.
Si este es un día para perpetuar la unidad proletaria, ahora estamos más rotos que nunca. El momento para reflexionar sobre una reforma laboral que no llega está aquí. Las pensiones son bolsas que hacen agua, la juventud ve cómo su vida se desploma por un despeñadero profundo y liso. La miniaturización progresiva del salario mínimo choca con la creación de ricos nuevos. Los youtubers, influencers, instagrammers son anglicismos horripilantes que burlan los impuestos y se van a Andorra con maletas virtuales cargadas de criptomonedas. ¿No son motivos suficientes para estar cansado? |
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