Cuando se padece una enfermedad rabiosa e intratable es fácil dar ánimos para salvar el escollo. Lo difícil e inusual es darlos cuando todo va bien. Si eres una figura
pública y los seguidores llaman cada día a tu puerta para leerte o escucharte, la recuperación pronta está presente en todo momento. Pero cuando el desenlace confirma la
tragedia, la realidad se transforma en una niebla densa y impensable. Entonces, los apoyos al vivo se convierten en condolencias a los familiares y recuerdos a la figu
del difunto. El aliento acompaña el tránsito hacia la inmortalidad ante la desfiguración de quienes se quedaron. Cuando alguien muere, la solidaridad se llena de
congoja e impotencia ante algo que nos negamos a aceptar. La vida es una batalla que todos tenemos perdida pero duele más la forma de abandonar la fisicidad del cuerpo
que la llegada el momento.
El destino nos ha arrebatado a Almudena Grandes con pena lógica. Almudena no era amante de las tintas dobles ni, creo, le gustaban los agasajos institucionales. Sí, ha muerto víctima del cáncer, y no temía la llegada del desenlace que permanece en la mente general pero nadie quiere imaginar. Lo que desconocía, como una mortal más, era el cuándo. La probabilidad de morir es tan intensa como la de vivir. La pérdida humana e intelectual ha sido dolorosa. El latido de sus textos permanece. La escritura le hizo parir hijos adoptados por sus lectores. Respiró pasión e inconformismo, nunca pasividad. A Almudena le daría rabia que se la recordara por las ediciones post mortem de sus novelas, exigencias del negocio literario. Ella siempre será esa voz rota que hincaba el colmillo a la realidad con sarcasmo sin morderse la lengua. Siempre vivirá en un alma de niña grande que hizo de la palabra un juguete lleno de compartición y disfrute generales. El mejor regalo son sus escritos.
La muerte de Almudena Grandes nos priva de escenarios y personajes nuevos. Si las generaciones venideras descubren a una pluma estilizada y directa del periodismo y literatura españoles, ella estará contenta. Puestos a imaginar, ¿su espíritu no podrá ser un fantasma que deambule de tertulia en tertulia, mientras alguien la lee en el metro o en la consulta del dentista?
Siempre estaba del lado de los perdedores mientras defendió la Memoria Histórica en la ficción y el periodismo, en la calle. Lo mismo hizo con los derechos femeninos. Con motivo de la huelga del 8 de marzo de 2018, escribió ‹‹Las mujeres no hemos hecho otra cosa que trabajar como mulas siempre, desde siempre, ha llegado el momento de parar para demostrar que, si paramos nosotras, se para todo. No lo duden››. La frase de Vox sobre su figura en una red social conocida retrata la ignorancia ultra-cavernícola y rencorosa de este extremismo radical.
A veces, el mejor homenaje al muerto es el respeto del adiós humilde. Los elogios terrenales importaban poco, o nada, a Almudena Grandes. Su muerte, lejos de ser una excusa para el llanto fácil, deja huella en la Cultura española. Se despidió con un buenas noches y buena suerte típico de su estilo incisivo. ¿Almudena representa la tristeza porque se ha ido o la alegría por lo que nos ha dejado? |
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