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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

INCONSCIENTES Y MASCARILLAS FRENTE A LA COVID19
Los tarados mentales que confunden las normas con la anarquía

JGS

El mordisco implacable, e irrespetuoso, de un sujeto abyecto (y no único)
 

Las normas están para cumplirlas. ¿Ha llegado el final de la mascarilla? Las noticias dicen que sí. Después de Semana Santa ocurrirá el hecho tan esperado, tras el último vía crucis con la cara medio tapada. Entonces comenzaremos a sufrir los problemas del paro y la crisis económica a cara descubierta en recintos cerrados, donde se nos podrá escuchar más libres pero no más alto. Quienes deben afinar la oreja seguirán igual de sordos aunque el eco de sus piropos rebote con un ¡y tú más! repetitivo. Tras un calvario soportado con resignación forzosa llega la resurrección. La mascarilla desaparecerá de los espacios obligados entre buenas intenciones, desconfianza y algún respiro que no aleja la sombra del coronavirus, camino de la gripalización de la pandemia. El 20 de abril de 2022 se aplicará el Real Decreto que pondrá fin a su uso en interiores, aunque seguirá exigiéndose en hospitales, residencias y transporte público. Veremos qué sucede: si tiramos las existencias guardadas en el botiquín casero o jugamos al trueque vecinal con precios de reliquia histórica sin comisionistas. Veremos si la aplicación del IVA sobre los acrónimos cercanos a la Formación Profesional (FP) no es tan abofeteada, si volvemos a acaparar papel higiénico ante una psicosis de desabastecimiento mercantil.

El relato siguiente forma parte de un hecho constatado personalmente, no pertenece a la ficción ni al timo ideológico. Sucedió en el cine, no importa que el aforo fuera minoritario y estuviera dirigido a profesionales del sector cinematográfico (y respetuosos con él). El emplazamiento da pie a formar grupos donde siempre sobresale una cacatúa que berrea por altavoz, con esparajismos teatrales. A media mañana, momento del incidente, se tiene hambre, como es normal; a media mañana, te comerías una vaca aunque lo propio es que al trabajo se venga desayunado de casa. Lo que resulta atípico es sacar un bocadillo con forma de flauta de tu chistera laboral. Lo fácil sería sorprenderse ante el truco ligero que esconde esa agilidad malabar, con reminiscencias fálicas esbeltas. Que alguien le de un mordisco con todas las ganas sin mascarilla, es lo lógico. Que el mordisco implacable de paso a una voracidad de quijada rumiadora y tapabocas bajado, enciende las alarmas a cualquiera. El elemento devorador se convierte en alimaña irrespetuosa cuando muscula su mandíbula con naturalidad de gimnasio nudista. ¡Eso no está bien! Lo típico sería soportar el chiste chaplinesco y callar; no verlo fue difícil. Ante la recriminación, que no significó una llamada al orden policial, la ignorancia y el victimismo dejaron en pelotas a la educación de un chimpancé maleducado. Esta actitud repugna más en elementos que no saben convivir mientras se las dan de tolerantes, cool y defensores de la diversidad cuando son embajadores de la omisión. Quizás deberían irse al campo a pastar con cabras que igual no les ajuntaban.

La anécdota, verídica, delata un desorden social peligroso que produce repulsión y una lástima que no puede admitir el perdón. Una cobardía vestida de educación ante quienes tienen el poder, y responsabilidad, de dejarte entrar o no al local. Si este derecho de admisión sigue unas reglas especiales para el bien de todos, zamparse un bocata de chorizo en un cine revela estómagos tragones y pocos modales. Siempre habrá zopencos, inconscientes de sus estupideces, que se sientan personas normales. Luego, quienes ponen estos comportamientos en tela de juicio seremos criticones y gente con mala baba.

 


JGS

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