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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

LA MASACRE COMO HERRAMIENTA DE GUERRA
Asesinatos a troche y moche en Oriente Próximo
JGS

El odio humano desconoce fronteras
 

Srebrenica, Ruanda, Sinjar, Myanmar, Camboya, Siria o la Franja de Gaza son nombres normalizados por la moral del siglo XXI. Nombres que han pasado al repertorio de lugares estrella en el museo del horror humano. Las matanzas cometidas en cada uno incluyen niños convertidos en carnaza del parte de guerra. El torbellino informativo los presenta como daños colaterales que los transforma en muertos de ayer. Los cadáveres se apilan en nuestras retinas como alimento de la pena. La distancia es la justificación para sostener la medalla de una solidaridad inmaterial. Hay corazones dañados e indolentes. La ocupación israelí está aniquilando Gaza desde el 7 de octubre con saña nazi. Los muertos ocasionados por Hamás, tras un ataque sorpresa en zonas fronterizas entre Israel y la Franja de Gaza, son criticables pero no justifican el derecho a defenderse, lanzado por Benjamín Netanyahu sobre la Franja y contra el mundo entero. La envergadura del conflicto se ha dejado crecer como un quiste que nadie ha querido erradicar. El valor de los gazatíes interesa poco excepto para crear corredores humanitarios que demuestren el poder pacificador de un Occidente atado de manos frente a Jerusalén. Cuando los británicos decidieron sacar a los judíos de los campos de concentración nazis para meterlos en un territorio que no les pertenecía, jamás pensaron que podrían convertirse en expropiadores.

El día que la población israelí se disponía a celebrar el sabbat, la tragedia conmocionó al mundo. La convulsión cayó sobre un acto reprobable y, al mismo tiempo, la sangre caliente se centró más en las repercusiones que en la intención del magnicidio. Hicimos propia la sangre ajena justificando la respuesta defensiva, cuando las armas han podido con el diálogo en la zona. Acompañamos a los muertos mientras no lo hacemos con los que engrosan la lista de víctimas cotidianas. Nos contentamos con la condena que profundiza heridas en vez de cerrarlas. Nadie quiso reconocer los errores del pasado, nadie buscó la paz. No supimos condenar el origen del problema. Fue repugnante pero, ¡sólo Israel destroza hogares con excavadoras como excusa para luchar contra la penetración terrorista de Hamás! Su ira castigó con la operación Espadas de Hierro. Los nombres apocalípticos quieren ensombrecer las palabras guerra, ocupación, genocidio hasta cristalizar en una cruzada fanática.
La muerte de inocentes tras el ataque denominado Inundación de al-Aqsa levantó al mundo contra Hamás, apoyando el derecho a legítima defensa expuesto en el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas. Seguimos quedándonos con las cifras impactantes frente a condicionantes históricos. El ataque coordinado de esta facción terrorista buscó el estremecimiento que afectó más a las primeras impresiones. La diferencia entre esta concentración mortífera y el 11S es que Gerorge W. Bush cargó su ira contra una persona, Bin Laden, mientras que Hamás es una hidra. Ahora, Israel, con la excusa de barrer al grupo fundamenalista, está eliminando a una población civil que le resulta incómoda. Netayahu se ha instalado en una huida hacia adelante. Veremos hasta cuándo es apoyada por Estados Unidos.

Las cifras del exterminio aumentan y los proyectiles matan a los culpables del Movimiento de Resistencia Islámica con una exactitud que no distingue objetivos civiles porque son usados por ellos como escudos. Hasta que Israel consiga la liberación de los 240 secuestrados (muchos de los cuales han muerto) nada cambiará. El intercambio de prisioneros se convierte en moneda de cambio en un mercado donde la vida de un israelí vale tanto como cien palestinas. Asistimos impávidos a la masacre que Netayahu ha convertido en una cuestión de Estado. Es una locura que nos hace cómplices comprando productos israelíes en nuestros mercados, permitiendo su entrada sin aranceles y apoyando políticamente a su gobierno. Qué poco se escucha ¡Sí, se puede! en forma de coreografía fraternal. Sería un buen villancico que nadie se atreve a pronunciar porque nos sentimos pequeños ante un problema manejado por las jerarquías políticas.

 


JGS

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