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CINE Y ESPECTÁCULOS
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Histórico
 
 
 


COLISIÓN EN CUERPO Y ALMA
Película "Crash"


J. G.
(Madrid, España)

Crash
Ficha técnica Vídeo  
La máquina es el concepto vital que enlaza las escenas poco convencionales de este frenesí polémico que pasará a la historia por la singularidad sexual. El comienzo de Crash se acerca a la mecanofilia con aroma a revista para adultos. La firma del canadiense David Cronenberg personaliza una borrachera automovilística inspirada en la novela homónima de J. G. Ballard con ebullición fetichista. Sería demasiado simple calificar la obra del literato y cineasta respectivos como material pornográfico a secas sin advertir su trasgresión.
El plano se abre con un erotismo que sube el tono sin desacelerar, despistando la tragedia y arrebato posteriores. El argumento que no desprecia colisiones ni hecatombes se lanza al mundo desconocido de la sinforofilia. Los accidentes de coche que incluyen catástrofes o incendios enriquecen el calor visual del momento con calentura lujuriosa. La continuidad de encuentros tan álgidos como vacíos se topa con el deseo por la desfiguración que dichos topetazos producen. Su excitabilidad busca el desgarramiento incorporado por el acto copulador. Crash no le presenta como momento de disfrute suave sino que lo traslada a la pasión llevada hasta el extremo lacerante. El sexo entendido como instinto empujado por la energía desencadena el éxtasis, arrambla lo que unos llaman goce y otros impudicia propia de la intimidad. El placer produce dolor y el dolor se cristaliza en el éxtasis a embates de imágenes repetitivas y nada originales. Te llegas a plantear si el semen es violento o la sangre es semen placentero. La búsqueda de la eyaculación con aceleraciones tentaculares no es salvaje sino una reacción natural que Crash no quiere falsear.
 
James Ballard (James Spader) dejándose examinar por Vaughan (Elias Koteas) extadiado con las heridas de su cuerpo
James Ballard (James Spader) y Helen Remington (Holly Hunter) en una de las escenas más representativas de 'Crash'
A diferencia de Peter Weir en Los coches que devoraron París, los vehículos de Crash están conducidos por personas: James Ballard, la doctora Helen Remington, Vaughan y Catherine Ballard. Los secundarios aparecen como víctimas imprescindibles para exaltar la aparatosidad del percance. Se convierten en instigadores, directa e indirectamente, de la destrucción. Crash es un largometraje de lubricación erótica y siniestros al volante, ardiente y, quizás por ello, con cenizas que superan el valor emocional de encuadres sudorosos, incómodos. El delirio erótico sube un peldaño cuando la clandestinidad organiza actos ilegales en recuerdo al final dramático alcanzado por James Dean. Es otro desahogo erógeno con la muerte dentro de una intensidad accesible para unos pocos. La vocación mirona dirige su apetito al hambre orgánico de contacto con una narración enfermiza que se retuerce en el empeño por amar la deformidad, de querer retar lo establecido. La crisis de valores inunda con tensión metálica. El hombre es el canal espermático conductor de una expresividad que puede resultar sicalíptica para algunos. Se limita a traspasar la barrera de lo convencional y escenificar una excitación conocida universalmente. El sonido de Howard Shore conduce las necesidades de actores entregados al exceso.
Vaughan (Elias Koteas) en busca de las imágenes que compongan su proyecto definitivo sobre la deformidad producida por los accidentes automvilísticos
Catherine Ballard (Deborah Unger) junto a su marido poseyéndola
El embate que engrasa las escenas finales con perseverancia puede minar la mente del espectador harto de tanta carne desnuda fornicando sin romanticismo. Cronenberg se ciñe a un relato incendiario para su tiempo. Las víctimas mueren sin oponerse al destino, las sensaciones saltan de cuerpo en cuerpo para sobrevivir a la colisión humana. El potencial viril no tiene competencia ante el vacío espiritual. Crash es velocidad, apetito por alcanzar metas obscenas en el paraíso de la alteración moral para unos, la culminación del choque carnal observado por todos. La rapidez no es erótica sino genital. La obsesión por la celeridad y las cicatrices persigue la exaltación de lo deforme como cumbre de una obra inquietante. La necesidad de reconstruir el físico a través de la tecnología necesita destrozarlo para resucitarlo en complexiones distintas.
La transformación desempeña el factor lascivo más importante y excitante de una película perturbadora y que, a la mayoría, puede resultar aburrida, insulsa y prescindible. Crash es un estallido que va más allá de la imagen sucia, es el análisis decadente del individuo y sus parafilias visto a 160 kilometro por hora.
 

J. G.

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