La violencia anárquica encuentra un campo fértil sobre el que crecer. Las imágenes están regadas por un movimiento repetitivo con el que intenta atrapar al espectador puesto a la defensiva. Zoe Saldana, la flor protagonista, es una gimnasta del escapismo. Se escabulle de la luz buscando acción allí donde las balas se saludan y el ajusticiamiento lo dirige la decisión. Su rastro se pasea por las sombras del anonimato felino.
Lo que no se entiende es cómo un cineasta inteligente llamado Luc Besson cae en la desesperación de fabricar cine vacío de inteligencia y sin entretenimiento en sus venas. ¿Un suicidio experimental que servirá de guión para su próxima cinta? “
Colombiana” cae en la laguna del efectismo visceral.
Un trauma es capaz de convertir la inocencia infantil en rencor callado.
Nada de juguetes ni carantoñas, Cataleya busca acción real y armas que no hablen por onomatopeya: cuanto más mortíferas, mejor. Se supone que es una becaria del crimen; aprende rápido, tanto que en la pantalla no da tiempo a verla crecer. ¡Lástima perderse ese desarrollo de instinto asesino y mirada justiciera! Lo exótico se pierde en su estilizada figura de ébano, delgada y escurridiza como una cucaracha sigilosa. Me reitero en la dudosa inteligencia de Besson cuando escoge un
símbolo nacional colombiano como elemento criminal. Es un elemento cuestionable que va camino de la provocación, siempre buena compañera de taquillazos. Besson es listo por diseñar una película con mercado asegurado en Latinoamérica y Estados Unidos. Le van a llover bofetadas por ello, y alguna ovación sobre todo entre quienes sólo buscan matar el aburrimiento con acción que no obliga a pensar.