Las guerras agotan hasta al mercenario más curtido. Siempre la misma rutina: matar por encargo. Seguir a la víctima, estudiar sus movimientos, amoldarse a sus hábitos, esperarla como un buitre paciente y rematarla. Hunter (Robert De Niro) es el curtido mercenario sobre cuya piel retozan las cicatrices de una vida entre dos fuegos. Es interesante seguir los pasos a De Niro dentro de esta tesitura cuasi bélica. Estamos acostumbrados a disfrutar de su acción inmersa en la comodidad de los personajes emocionalmente inestables; léase
“Taxi Driver” (1976),
“Toro Salvaje” (1980) o
“El Cabo del miedo” (1991) y los hampones que han pasado a la historia del Séptimo Arte:
“El Padrino II” (1974),
“Los intocables de Eliot Ness” (1987) y
"Érase una vez en América" (1984). Ahora, en las manos de Gary McKendry, el actor neoyorquino cubre la pantalla con el buen hacer que le ha proporcionado esta experiencia, sin brillar ni decaer. Mirada sabia, palabras cortas y un destino desconocido: De Niro se mueve por su casa. Danny (
Jason Statham) fue su compañero de aventuras, atormentado; ahora, sin dilación acude a un rescate impuesto. Un alma deseosa de olvidar el pasado cuyo presente le obliga a dejar un proceso de desintoxicación matona. La venganza está servida, sólo es brazo ejecutor de una decisión comprensible y oscura, ahogada por el peso del petróleo.