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CINE Y ESPECTÁCULOS
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PASIÓN POR EL TIEMPO
Película "La invención de Hugo"


J. G.
(Madrid, España)

La invención de Hugo
  Ficha Técnica Video Banda sonora Premios
El cuento de una orfandad vagabunda nos abre las puertas al nacimiento del cine en la cuna del séptimo arte: Francia. Scorsese explora nuevos territorios homenajeando a Georges Méliès. La épica de su primera producción en 3D sucumbe a una comercialidad familiar, eclipsando lo que pudiera haberse convertido en una historia de conmovedora dulzura. Scorsese será recordado por su maestría en el género de la metralleta (“Uno de los nuestros”), su viaje por las calles neoyorquinas repletas de cabs (“Taxi Driver”) o la estética de corte músico-documental (“The Last Waltz”, “No Direction Home: Bob Dylan”, “Shine a Light”, “George Harrison: Living in the Material World”). Su incursión en la aventura de cuento, bajo apoyo tridimensional, realza un talante abierto a experimentar con géneros desconocidos en su filmografía. “La invención de Hugo” no es una película depositaria de grandes expectativas porque defraudará. Su director exprime la tecnología en una adaptación convencional del libro escrito por Brian Selznick.
 
Asa Butterfield interpreta a Hugo Cabret  
Hugo Cabret junto a Isabelle, papel de Chloë Grace Moretz

Mientras que las páginas de la obra escrita van pasando ante nuestra retina como una película mágica, recordando al praxinoscopio, las imágenes de Scorsese oscurecen su encanto con pompas de artificiosa avalancha visual. La nocturnidad parisina, a vista de pájaro, busca la inmersión en el mundo onírico de Selznick. Hugo (Asa Butterfield) es embajador de la vulnerabilidad que sufre la infancia en una sociedad llena de ruidos, aceleración en el andar de la personas y maquinismo.
Su pequeño semblante es un reducto de pureza imaginativa, encargado de prolongar el legado paterno: seguir dando cuerda al tiempo. Posee una imaginación capaz de hacer que éste se pare y, a la vez, que no pierda comba en la rueda del momento exprimido. La estación de Montparnasse refleja cómo las horas van muriendo entre la concurrencia acelerada; sólo una florista, un quiosquero y un gendarme, igual que Hugo, han hecho del lugar parte de su vida. Testigo de tantas idas y venidas, su espíritu no se encuentra integrado en el engranaje sistemático de la máquina social. Hugo es un niño poseedor de un don especial que le convierte en particular: la curiosidad.
Manecillas y artilugios mecánicos, junto a la obsesión de reparar artefactos sin importarle la utilidad que tengan, consumen su tiempo. Estas ganas de indagación le alejan de una soledad que podría haberle convertido en mente autista.

Emily Mortimer como Lisette  
Hugo con su autómata

Algo se pierde en la película, de desconcierto inicial. Frenesí. Ansia reparadora, ansia porque el tiempo no se retrase y los relojes no callen su tic-tac; deseo por descubrir la mirada inerte de un autómata, legado paterno; impulso alusivo hacia la magia, cinematográfica. La estética cuidada de este mundo nos presenta un final abierto y pobre; redondo para los más complacientes. Los decorados y la fotografía que pueblan “La invención de Hugo” entran por los sentidos; hay que inclinarse ante ellos. Lástima que el 3D frivolice tanto esos logros, ofrecidos como caramelos con doble envoltorio; agrada pero no emociona. El personaje principal nos enfría la butaca. La fortuna del chico relojero es haberse rodeado de semblantes pintorescos: desde la dulzura natural que Lisette (Emily Mortimer) regala diariamente, en su puesto de flores, hasta soledad chirriante del vigilante ferroviario (Sacha Baron Cohen) o la aceptación silenciosa del cineasta Méliès (Ben Kingsley ) convertido en juguetero.

Sacha Baron Cohen como Inspector de estación  
Ben Kingsley como Georges Méliès y Hugo

El homenaje a los principios del cine sirve de escusa a un cuento agotador, excepto para los fanáticos de la fantasía. Hugo se convierte en ansia redentora de un George Méliès autocondenado al ostracismo cinematográfico. ¡Lástima que la lágrima fácil se convierta en relleno simplón! Scorsese, sin comerlo ni beberlo, se saca de la manga el as con el que redondea esta cinta; sorprende que la veteranía de Scorsese se haya relajado en la tardanza por resolver un cuento de aroma humilde. Ha caído en la trampa del final lapidario “aquí comienza la historia de...”, (Hugo, en este caso). Si Martin Scorsese está contento con su tributo cinematográfico de levadura engatusadora, que lo disfrute con salud.

J. G.


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