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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


UNA SEMBLANZA PLURAL
Significado artístico de Pepe Sancho


J. G.
(Madrid, España)

Pepe Sancho ('El estudiante')
 
Cartel de 'La amante inglesa'
 
Las calles de Madrid son un gran álbum decorado con posters alusivos a la cultura o a otros mundos más superficiales, en formato publicitario. Hay vida en ellas. Estos días, es difícil pasear por una arteria céntrica y no toparte con el cartel de "La amante inglesa". La nostalgia, y alivio acaso, recorren nuestros pensamientos con un cosquilleo cuasi morboso al contemplarlo. La salud apeó a Pepe Sancho de sus ensayos y la salud lo apartó de la vida en pocas semanas. Su muerte acelerada, y sorpresiva, ha dejado sin aliento a las tablas. La voz personal del actor valenciano, en forma de ánima, seguro que está parafraseando, con una sonrisa, a Freddy Mercury bajo las palabras El show debe continuar.
 
El actor ha muerto corpóreamente, queda su legado. Lágrimas por lo repentino, regocijo a la hora de escudriñar en la amplitud de su producción: desde el teatro a la televisión; desde la comedia hasta la tragedia. ¿Existe mayor orgullo que tener por camarada a semejante portento artístico? (Aunque todos sabemos que el reino de los artistas no se encuentra en este mundo). De personalidad fuerte, era dueño de un carácter díscolo ante la hipocresía social y los detractores de la cultura. Su muerte le ha convertido en carne de portada informativa momentánea. Una defunción lastimosa, trascendente por el legado de vitalidad artística con la que nos ha regalado hasta sus últimos días.
 
'Crematorio'
 
El estilo de Pepe Sancho
 
No voy a contribuir a que estas palabras queden archivadas en el anecdotario necrológico de los grandes ni a poner otra flor que se marchite con macabra rapidez sobre su féretro. Los amantes del teatro y cine le recordarán como el primer día. Su muerte es una prolongación de una vida que dedicó a la interpretación. Si algo desperendía Pepe Sancho era carisma y atractivo, haciéndose con la piel del personaje desde sus primeras palabras. Desconozco si se le resistía algo; imagino que como todo humano tendría momentos de flaqueza, pero cuando tomaba la decisión de atacar al personajes, lo dominaba sin ejercer violencia.
 
Pepe Sancho fue un amante del teatro, manteniendo delimitados bajo rigor espartano el mundo irreal de las tablas y el de ciudadano. Se baja el telón y acaba el personaje, arrinconado hasta la representación siguiente. Siguió la estela de otros grandes actores, iniciándose en el mundo del celuloide a temprana edad: Natalie Wood, Shirley Temple, Ana Torrent, Juan José Ballesta, Francesc Colomer.
El director ucraniano Viktor Tourjansky le dio la oportunidad de estrenarse en el cine apareciendo en la película "Si te hubieses casado conmigo" (1948). La interpretación capturó su interés profesional cuando, a los dieciocho años, decide trasladarse a Madrid. Enseñó su potencia teatral gracias a "Los árboles mueren de pie", de Alejandro Casona. El teatro fue alimento espiritual, resumiendo su filosofía en frases como “No conozco a nadie que perdure que no haya hecho teatro, el teatro no se pasa de moda, el cine y la televisión sí". Radio, teatro, televisión, cine: igual que el mejor hippy de los 60 se ha metido de todo en sus venas artísticas, huyendo del éxito rápido y pasajero, tan teletransportado en la actualidad. El actor de Manises no se ha cortado en sus opiniones y era poco amante de lo políticamente correcto. No ha sido un personaje cómodo para nadie, enemigo de los modales sociales indicados que incitaban a la corrección representativa. Le acompañaba una sonrisa de enfant terrible que le convertía en pérfido maduro intrigante, tan moreno siempre. Su tono crítico se rodeaba de una personalidad fuerte y gran desenvoltura.
 
La década de los 70 le condujeron a las películas del Oeste, sin abandonar la complicidad encontrada en el teatro, de cuya época rescatamos "La casa de las chivas", de Jaime Salom. Le siguieron éxitos como "La Chunga” (1988), de Vargas Llosa, o las "Memorias de Adriano" (1998), de Marguerite Yourcenar, dirigido por el italiano Mauricio Scaparro. Asiduo a los escenarios del teatro romano de Mérida, donde actuó cinco veces, Pepe Sancho reconoce que su papel teatral más complejo fue el "Enrique IV" de Luigi Pirandello.
 
'Memorias de Adriano'
 
'Enrique IV'  
Los que aún no habíamos nacido cuando puso el primer pie en la pantalla grande tenemos una idea limitada de su trabajo; sabiendo de él a través de la iconografía mediática. Mi primera referencia, de recuerdo añorado, se remonta a los años 70 en la figura de aquel bandolero resultón perteneciente a una banda forajida que luchaba contra los franceses en una etapa histórica que aún no había comenzado a invadir mi mente escolar. La noche de los domingos, cuando sólo existían dos canales televisivos, aguardaba hasta el cierre de emisión.
 
La programación semanal apagaba su oferta bajo las aventuras de secuaces bandoleros comandados por Sancho Gracia. Pepe Sancho, de sonrisa inolvidable y patillas roqueras, dejaba una huella seductora y alegre; infantil, a la zaga de Curro Jiménez. La figura de el estudiante le convirtió en fenómeno televisivo de las panallas españolas durante la Transición.
 
Película 'Hijos del viento'
 
En Democracia (al menos institucional), alcanzó la fama bajó el trasfondo de una nación a punto de vivir un cambio político que no llegué a estudiar en los libros pero sí experimenté. La corrupción de entonces estaba más privatizada; comenzábamos a despertar de la dictadura impuesta por un Golpe de Estado (léase 1936). Pepe Sancho conservaba el carisma y empaque del burgués Don Pablo, afín al Régimen; chaquetero y visionario empresarial en la serie "Cuéntame cómo pasó" (2001-2013). Casi 180 capítulos representando la imagen del catolicismo tradicionalista y autoritario. El cine, a parte de las incursiones iniciales en el Western, le otorgó un Premio Goya en la categoría de Actor de Reparto en 1997 en “Carne Trémula” (Almodóvar).
 
Pepe Sancho fue Don Pablo en 'Cuéntame cómo pasó'
Las últimas presencias televisivas tuvieron un corte histórico: “Imperium” e “Hispania”, junto a Lluis Homar.
Su muerte no nos da derecho a alabar toda una vida dedicada a entretenernos y crear cultura; el silencio es el mejor respeto. Pepe Sancho no agradecería una fila de elogios hilvanada en forma de currículum viatae post mórtem: un eufemismo para certificar esta defunción. ¡Por qué no quedarnos con el recuerdo agradable de su semblante profesional! Así lo querría él y es justo expresar respeto hacia su persona; le debemos ese detalle. Decir que con su muerte el Teatro Español pierde a uno de sus pilares sirve como titular y oportunismo lingüístico sobre un proceso irreversible. Pepe Sancho sólo descansará en paz si los huesos bailan en su tumba (como canta Alaska); no era hombre que amara la inactividad improductiva.

J. G.


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