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OTRO TREN PERDIDO
Película "Las ovejas no pierden el tren"


J. G.
(Madrid, España)

Las ovejas no pierden el tren
  Ficha Técnica Video
Armero vuelve al ataque con un experimento de probeta. Después de siete años enclaustrado en el anonimato cinematográfico tras “Salir pitando”, su nueva película peca tanto de fallida como ridícula. Le falta el empuje necesario para engarzar una historia seductora y sugerente. Una comedia con la garra suficiente como para atrapar la atención de quien busque la risa sana y no la producida por el gag resbaladizo. Ha recubierto a “Las ovejas no pierden el tren” de un toque ecológico que elogia su inteligencia comercial. Muchos se sentirán atraídos gracias al soniquete de fanfarria rural que despide su título. Porque si de algo no adolece esta película es de ambientación campestre. A pesar de no faltarle, su falsa madurez la convierte en una caricatura del boom económico español que conquistó España por los años 60. El fantasma de Paco Martínez Soria está presente con menos gracejo. Todo es un quiero pero no puedo.
 
Alberto  
Las ovejas no pierden el tren
¿Por qué Luisa y Alberto se han venido a vivir a un pueblo desértico? Puede ser por la crisis económica, por el ansia de buscar aire puro o por la necesidad de encontrar el nirvana para que Alberto escriba una novela embrionaria. Un quiero pero no puedo confuso dentro de la pantomima chistosa. La pareja cambia la ciudad por el campo para que el pulmón coja musculatura. Mientras, cada día, Ana tiene que volver a Madrid para atender su academia de costura (antes lo llamaban corte y confección).
Luisa (Inma Cuesta) y Alberto (Raúl Arévalo)  
Juan (Alberto San Juan) y Natalia (Irene Escolar)
En la soledad el día, Alberto se dedica a pasear por el campo, pastando inspiración con cara de mala leche. Los aires de ciudad aún los mantiene pulcros. Se pierde en lo restringido del pueblo, sintiéndose incomunicado con el ruido de sus pasos por las calles empedradas. Pasos que dan un giro al encontrarse con el ganadero que le abre un horizonte desconocido en su inexperiencia pastoril. Le cambia los objetivos y le hace abandonar la inmensidad el folio en blanco por otra distinta: la de conducir un tractor, oler a estiércol y convertirse en pastor sin zurrón. Poco convincente y plano. Junto a él, revolotean como moscas zumbonas personajes con cara pero sin expresión. Juan, su hermano, artista con el masoquismo verbal del pasado, incapaz de presentar a su nuevo romance. La hermana de Luisa, despendolada empresaria emancipada, cuyas carnes dibujan el contorno de carencias afectivas (y sexuales); y, para cerrar el círculo, una madre que se cree en su segunda lozanía. Esperpénticos y cargados de falsa empatía. Flojos y ruidosos en su expresividad monótona.
Los tres amigos  
Alberto, Marisa y Juan (de izquierda a derecha)

Las hormonas corren como ovejas locas por el cuerpo de Luisa. No desaparecen los tópicos del sexo como chiste aburrido. “Las ovejas no pierden el tren” es falsa y arquetípica. Habrá que esperar a la época de la trashumancia para que las ovejas se monten en el tren con tiempo y ordenadas, sin aborregarse.

J. G.


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