La ciudad engulle a las personas que se acercan a ella con la esperanza de encontrar respuesta a su futuro laboral. La metrópolis rompe el orden estructural de la película desde que el hombre cae en sus garras. Las calles por donde circulan estos transeúntes, llevados por la tranquilidad y agitación, es un homenaje a
“Berlin: Die Sinfonie der Grosstadt", (1927), la obra maestra de Walter Rutman. Ver
“Transeúntes” es pasear por Barcelona (o cualquier otro núcleo urbano) a través del ojo de la cámara. El espectador se convierte en fantasma de una ciudad que no descansa sino que vive por delante del tiempo. Hay hambre por destripar lo urbano creando un muestrario de vivencias; el espectador será el encargado de poner orden a este caos: una vorágine ordenada que con sus constantes fogonazos acelera la ansiedad por encontrar salida en unas imágenes que escapan al guión y destapan su identidad documental de manera tan caótica como encadenada. El deslumbramiento de esta sinfonía visual impactante exige una lectura de fondo. Por eso, es necesario conetmplarla desde la distancia que propugna el análisis sin que el atractivo de este caos del fotograma inunde nuestra sensibilidad.
La actualidad, presente en este mundo ajetreado, es parte esencial de la película. La coyuntura histórica del momento (entre septiembre de 1993 y septiembre de 1994) queda definida por los cortes de radio que se van escuchando y que hacen referencia a los conflictos armados de Ruanda y de Bosnia.
“Transeúntes” se ha hecho mayor con el tiempo pero no ha envejecido.