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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


LA REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE FERNANDO TRUEBA
(EN TIERRA HOSTIL)
Sobre las palabras de Fernando Trueba al concederle el Premio Nacional de Cinematografía, Festival de San Sebastián 2015


J. G.
(Madrid, España)

Premio Nacional de Cinematografía 2015
   
Entre la estupidez y la inteligencia hay un paso milimétrico. Las declaraciones de Fernando Trueba durante la recogida del Premio Nacional de Cinematografía en el Festival de San Sebastián 2015 han levantado indignación general. El director madrileño, gracias a una discurso irregular, se ha alzado con la corona de la ordinariez chistosa, de la ironía mal aplicada en el reino del egocentrismo paleto. Aquél en el que uno se considera el rey con humildad pedante cuando lo único que hace es meter la gamba hasta lo más profundo. A nadie le apetece saber si Trueba prefiere la txistorra, el gazpacho, las fabes o la butifarra. A partir de su pedantería disertadora, y ofensa dialéctica, a más de uno sólo le va a interesar si se declara o no nacionalista, independentista o apátrida a la hora de trincar el caramelo de las subvenciones para su cine.
 
En un gesto que se acerca al desliz freudiano, Trueba ha hecho gala de un onanismo mental envidiado por el padre del psicoanálisis. Gracias por dar rienda suelta a una sinceridad de bebé desarraigado, de agitador verbal militante y maestro circense del maquillaje bufo: ése al que papá Estado ha mimado y de cuya teta financiera sus películas han sabido mamar. Será que, debido a tanto empacho de proteccionismo estatal, llámense subvenciones, ahora se siente tan hastiado de la conciencia española que reniega de una patria que le ha empujado a crecer cinematográficamente. Gracias, de nuevo, por la sinceridad de sus palabras y confesar que “ni cinco minutos de mi vida me he sentido español”. Ya se sabe que por la boca, el espejo del alma incluso atea, muere el pez. Afortunadamente, lo puede pregonar a los cuatro vientos. La democracia española defiende la libertad de expresión aunque nos encontremos con el acecho de la ley mordaza, cosa que poco ha reprochado en este homenaje empañado por un discurso cargado de bajeza cómica, tan respetable como imperdonable.
Sus palabras rezuman el tufillo de la justificación teatral: “Los premios hacen a la gente más débil, más tonta y más vieja, por eso me da un cierto miedo.” Él, cuya trayectoria está avalada por un Óscar, un Premio Europeo del Cine y varios Goya, es débil, tonto, viejo y honesto por reconocer sus cualidades. Así Fernando, sí; así, sí. Poco humor, ironía camuflada y pedante altisonancia que nos recuerda con pena los pasos perdidos que se adueñan del tiempo trascurrido. Un patinazo en toda regla a caballo entre la carcajada y la indignación que ha producido la sinceridad de la marca Trueba padre. Gracias.
La cultura española, ¿será tolerante, e igual de sincera, con él? No debería recurrir a tácticas talibanes sino dar al César lo que es del César. ¿Preferirá mantenerlo en formol antes que ver cómo se marchita prematuramente una punta del cine español; perdón, con DNI español pero de sentimiento foráneo?
Fernando Trueba, en su confesión, aparece como un anarquista de poca monta, aprendiz de revolucionario cultural que debería reflexionar junto a la mirada de las cabras, sin que por ello sea comparable a Ken Loach. Sus palabras no pueden descontextualizarse del marco cinéfilo en que se inscriben ni deben contemplarse como el epitafio que busca para su eternidad. Hay que ponerlas en un espacio de pseudo realismo buñueliano, mirándolas con una benevolencia inmerecida. Sin intención de hacer leña del árbol caído, porque no se la merece, no estamos ante un No a la guerra sino frente a la constatación de una inteligencia resbaladiza y juguetona con la lengua cervantina. “Culturalmente no tengo identidad, por mucho que me guste Cervantes, no me gusta más que Shakespeare, Diderot o Balzac.” Apoyo la diversidad del interés cultural que no hace patria. Sólo matizar que tanto El Príncipe de los Ingenios como los grandes de la literatura universal escribieron sus obras sin ayudas públicas.
Ni es ciudadano ni refugiado cultural español sino un ente proveniente de la “nada”, amante de la deserción. Anclado en este vocablo (uno de sus favoritos) es apátrida y desertor, crítico con los peligros nacionalistas y el control estatal. Bravo por esa rebeldía que se deja querer por las arcas de las subvenciones amasadas con el dinero de todos los españoles, esa casta de la que él no se siente parte. Para ser director, primero hay que ser comediante. Sus palabras han ido sobradas de franqueza mientras se han identificado con un problema de identidad geo-social.
Es cierto que para amar a un país no hay que besar su bandera como quien se limpia los mocos pero valerse de sus subvenciones para hacer carrera, renegando de una identidad, resulta mezquino.
En el mejor de los casos, siendo una persona de principios, no se entiende cómo Fernando Trueba no ha rechazado un premio concedido por la política cultural de una nación con la que no se identifica. Ha creado un galimatías lingüístico alejado del chiste verbal que se ha vuelto contra él como escupitajo viperino, inesperado. Su esputo no fue chaquetero sino directo y sincero, supongo; algo zafio, al carecer de tacto.
Fernando Trueba es fiel, leal a su pensamiento; sin pelos en la lengua, amante del palabro juguetón. “Nunca me he sentido español. Ni cinco minutos de mi vida.” Si no se siente español, está en su derecho de expresarlo; puede crear la pequeña república de su casa, con felpudo incluido de Ikea. Le aplaudimos. Si no se siente español ni cinco minutos, puede hablar con Artur Mas para que se conviertan en el artista y la modelo. Sus palabras no han sufrido el machete de la censura camboyana. Es un dulce payasito de feria ambulante, protagonista de un largo al estilo Eddy Murphy en donde el director se convierte en abalorio polifacético.
Sus películas se han chupado cerca de cuatro millones de euros españoles en los últimos veinticinco años, todo un braguetazo. Si no se siente hispánico, ¿por qué se aprovecha de sus políticas culturales?, ¿por qué saca tajada de la bondad financiera del enemigo? Produce tus películas sin intervención estatal y los chistes provocativos no serán tenidos en cuenta.
Intentó reconducir su disertación con un ataque frontal, estilo almodovariano, a los poderes fácticos que impiden un desarrollo libre de la cultura. Los gobiernos quieren controlarla en todas partes porque significa poder. Las subvenciones hacen la pelota al político de turno. Cuando el cine deje de entenderse como una empresa, comenzará su horizontalidad, una nueva Nouvelle Vague.
Las palabras de Fernando Trueba en San Sebastián ratificaron su maestría a la hora de meter bien la pezuña, convertida en sucedáneo de un pata negra descalificado.
En definitiva, este ciudadano ha aceptado sin rechistar la dotación económica (30.000 euros) de un galardón que no le representa. ¡Olé esos huevos de oro! (más grandes que los de Bigas Luna y Javier Bardem juntos) ¡y viva la madre que te parió, Nano! Los tienes bien marcados pero tan gordos como endebles. ¿Cuándo devolverá este dinero indebidamente aceptado?
Queda en el aire la duda de si su “ego como un piano” ha agradecido más el simbolismo de este premio del cine español o la dotación económica que ha engordado la cuenta corriente en el paraíso fiscal de su casa que no tiene patria.

J. G.


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