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LOÏE FULLER, UNA NUEVA VISIÓN DE LA DANZA
Película "La bailarina"


J. G.
(Madrid, España)

La bailarina
  Ficha Técnica Video  
La vida de Loïe Fuller está unida a París, la danza y la creatividad. Su capacidad de adelantarse al momento artístico exploró la innovación visual en la vertiente estética y mercantil. Una maravillosa locura novedosa, que no descuidó hasta su muerte, la convirtió en icono de la Belle Époque, en musa del avance cultural que buscaba la ruptura de moldes creativos en el rocoso camino de los aventureros que descubren nuevas rutas. Incluso después de morir, sus aportaciones siguen alimentando el genio creador de nuevos talentos.
La delicadeza de movimientos que existe en “La bailarina”, envuelta por el hambre al desafío de la imaginación, genera un contacto con el espacio que, unido al despliegue colorista de sus figuras, entabla diálogos novedosos entre luz y sonido. Esta capacidad innovadora dibujó flujos eléctricos, acompasados por la fuerza de sus coreografías, convirtiéndose en el George Méliès del movimiento corporal.
 
Marie-Louise Fuller/Loïe Fuller (Soko)  
Loïe Fuller ejecutando una de sus serpentinas
Loïe Fuller, asociada automáticamente con París, fue francesa por adopción artística. Su procedencia americana, de Illinois, sitúa el comienzo de la narración entre el olor a revólveres humeantes y rodeos embravecidos. Nadie podía imaginar que esta mujer, de cabellos largos y sueños solitarios, despuntara por la fragilidad de movimientos, e inventiva asombrosa, al conjugar, con tanta sencillez, luz y sonido en cada pieza audiovisual. La procedencia agreste de Marie-Louise Fuller siente la necesidad de abandonar una tierra natal que aprisiona su imaginación, para dejarse abrazar por la danza, por otras gentes y nuevos mundos. El salto del charco le proporcionó fama, y el reconocimiento de su talento musical, gracias a una desenvoltura circense innata. Todo este despliegue visual, acariciado por la música de Beethoven y Vivaldi, hace que los movimientos de la bailarina que conquistó la ciudad del Sena floten en el espacio cinematográfico como un regalo para los oídos y los ojos.
Antes de que sus serpentinas revolucionaran los escenarios parisinos, Loïe Fuller se prestó al juego estático de la pintura, siendo modelo para Toulouse-Lautrec y Auguste Rodin. A pesar de que el director Stéphanie Di Giusto hace una adaptación atractiva sobre la novela de Giovanni Lista, “La bailarina” aparece como el biopic de una historia poco usual que relata un referente repetido: la mujer que quiere escapar de lo conocido para cumplir un sueño en Europa.
La belleza griega de Isadora Duncan (Lily-Rose Depp)  
La bailarina en su etapa previa al estrellato

En el primer trabajo como director y guionista, Di Giusto conecta con el público gracias a la frescura con que presenta la vida azarosa de Loïs Fulle, con momentos dulces y sin sabores. En la cumbre de su carrera, la aparición de Isadora Duncan, con apenas diez escenas en pantalla, contempla el principio de su caída. Los movimientos de la bailarina californiana, ligeros como una pluma, dejan al espectador necesitado de una mirada más profunda en su despegue hacia el éxito. Provocan el hambre por conocer a esta nueva musa, cuyo cuerpo ha sido modelado por la belleza Helena: lo opuesto a Fulle, de figura menos estilizada, portadora de otra agilidad, que recuerda a Eduardo Manostijeras en su habilidad manual.
Isadora Duncan, la joven musa de la danza, en vez de provocar el enfrentamiento con Loïs Fuller, despierta una atracción que toca su lesbianismo, levemente, en el ocaso de ésta y la irrupción de la primera.
El viaje de Loïe Fuller hasta coronarse como reina de la ópera parisina no fue cómodo, pero valió la pena para sus aspiraciones artísticas y la evolución de la danza moderna.

J. G.


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