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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


PRESO DEL SISTEMA
Película Yo, Daniel Blake


J. G.
(Madrid, España)

Yo, Daniel Blake
  Ficha Técnica Video  
El cine de Ken Loach es el antagonismo de la indiferencia, el tiro certero en la diana de las imperfecciones sociales. En vez de morderse la lengua, lejos del contenido amable, usa las imágenes como elemento demoledor, en donde la comedia, mezclada con acidez dramática, levanta ampollas sutilmente desgarradoras. La militancia de sus películas busca el compromiso con la honestidad, convirtiéndose en acusación implacable hacia los abusos del sistema social inglés, extensible al universal, donde las trabas burocráticas convierten al ciudadano en un muñeco que termina por fenecer ante la maquinaria estatal, fría e insensible.
La perfecta sintonía mantenida con Paul Laverty, desde hace cuarenta años, ha creado a Daniel Blake: un trabajador honesto y pacífico que, a pesar del percance sufrido por su corazón, sólo quiere estar activo. No se trata de alguien que usa el achaque imprevisto como excusa para abusar de la ayuda social, sino que se presenta como un símbolo reivindicativo de la clase obrera frente a la ineficacia estatal, donde las personas son más números que organismos vivos. Es el espejo de un entorno maltratado por unos servicios dirigidos a la ciudadanía mientras funcionarios insensibles se limitan a cumplir, como borregos, las normas de un trabajo mecánico. Ni “Yo, Daniel Blake” es una consigna punk ni Daniel Blake un alborotador, sino un ciudadano que no se calla los defectos de una sociedad infestada de papeleo; alguien con quien es fácil empatizar: yo a ese tipo lo conozco, incluso se parece a un familiar mío.
 
La protesta de Daniel Blake (Dave Johns): 'Yo, Daniel Blake exijo mi fecha de apelación antes de morir de hambre y cambien esa basura de música en sus teléfonos'  
Katie (Hayley Squires) también es presa del sistema burocrático británico
El ciudadano Daniel Blake, tan humano como entrañable, en vez de enfadarse con la incompetencia gubernamental se toma las cosas con un humor desbordante, contagioso y humano; sobre todo, humano. Se observa todo un peregrinaje institucional convertido en calvario; su paciencia es domesticada por esta alienación de oficina hasta abandonarlo en el laberinto de la desesperación. Su deambular por este camino desapacible toma la dirección de una lucha antisistema que compagina con su gran corazón junto a Katie, una mujer a quien los servicios sociales también han desterrado a los fondos del suburbio moral y económico.
“Yo, Daniel Blake” desmonta la eficacia de los cauces legales cuando se convierten en vertedero burocrático. Víctima y villano tienen apellidos propios (sistema social incompetente y ciudadano honesto) mientras observas, de manera impotente, con que prepotencia maltrata la globalización. La deshumanización de la labor social se gesta en esas oficinas plagadas de trabajadores subcontratados, que se limitan a seguir instrucciones de manual sobre orientación laboral, y Daniel Blake irrumpe en un escenario asfixiado por sus telarañas. No pide limosna ni busca compasión, sino desbloquear la cerrazón administrativa que le obliga buscar un empleo si no desea recibir una sanción.
Daniel haciéndose amigo del ordenador en su búsqueda de empleo  
Daniel y la familia de Katie

Ken Loach vuelve al cine que no se vende, al molesto, al auténtico, al que usa la realidad para describir el menosprecio político: una historia cotidiana, que se ha convertido en el pan nuestro de muchas familias no sólo británicas. Lo aborda de una manera ágil, dejándose llevar por la incongruencia de la mala gestión política, sin arrojar mensajes panfletarios (cada uno que saque sus conclusiones).
Daniel Blake no está preparado para la vida moderna, donde todo se obtiene a través de internet, a pesar de que lo intente; pero eso, al sistema no le importa nada. porque Daniel Blake no es un personaje ficticio sino la voz que noquea a un engranaje social tildado de humano.

J. G.


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