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LA VACUIDAD SIMÉTRICA
Película "Kékszakállú"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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Cuando hablamos de la adaptación operística en cinematografía, el nombre de Franco Zeffirelli es clave; casi único. Lo demás son cercanías vanguardistas donde el acertijo se amolda a la concepción novedosa del bel canto. La necesidad renovadora que no busca borrar la esencia primaria se convierte en canal expresivo. La piel muda, el alma continúa inalterable pero, en ocasiones, esa mutación crea alienígenas incomprendidos.
El director argentino Gastón Solnicki vuelve a tocar el tema musical después de Süden para adaptar, en esta ocasión, El castillo de Barba Azul, del compositor húngaro Béla Bartók. Su película se sumerge en comportamientos humanos vacíos donde la soledad comparte con el silencio momentos de ociosidad burguesa e insultante. Poco a poco, gracias a un movimiento de cámara relajado sobre planos de arquitectura exclusiva, el espectador conoce de primera mano el tedio de un mundo elitista. La inspiración de Solnicki produce monstruos porque su quinto largometraje es un tributo al no hacer nada con tintes clasistas. |
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El agobio obliga a adivinar el significado de cada trazo en este cuadro donde cada personaje es una línea torcida, confortable en su vaguería. Los chalés de diseńo son prisiones-castillo, el guión pretencioso choca con la ética y política humanas en un mundo donde el adolescente disfruta de su gueto lujoso al margen de la sociedad, pierde el tiempo, come, rinde pleitesía al ordeno y mando, se hace la manicura porque sí como necesidad ocupacional; ni siquiera sabe abrocharse los botones de la camisa. Es una cigarra de estómago alimentado sesteando en la cúspide de su pirámide áurea, nacida entre algodones, cuidado por una vida que desconoce la palabra responsabilidad. Su autosuficiencia empobrece su espíritu mientras ve pasar el tiempo como elemento ornamental de las residencias exclusivas que decoran Punta del Este.
Los diálogos, siguiendo el espíritu de estatuas inútiles, apenas existen; las energías se concentran en mirar por la ventana o preparar barbacoas abortadas. Esta soledad y enclaustramiento lujosos flotan en una ausencia metafísica. La alienación y el tedio, creadores de pereza, se apoderan de la pantalla. |
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También se asiste al montaje de la ópera compuesta por Bartók, el instante más artístico de la película, que invita a la imaginación tramoyista, tan fugaz como relajante. El movimiento final destaca por su plasticidad y potencia audiovisuales. En ese instante, signo de madurez engańosa, Judith (Laila Matlz) decide acercarse al mundo real sobre un barco modernista que navega en un mar solitario, custodiado por música grandiosa. Es estética humana.
Las idas se tropiezan con las venidas; hay encuentros, experimentación y culto por el lujo habitable, belleza fotográfica. Kékszakállú encaja como proyecto de fin de carrera; es complejidad y argumentación difícil de seguir y disfrutar; encarcelamiento dentro de fortificaciones diseńadas para nińos ricos. |
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Texto: www.photomusik.com
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