La película es reveladora, contada en primera persona -se agradece- y sobre todo, basada en parámetros cartesianos; toca el corazón gracias a niños espontáneos en su ternura adulta. Estas personitas de entre 6 y 9 años son pistoleros siempre en guardia que conviven con la muerte a diario mientras luchan por la supervivencia. Las vidas de Imad, Amber, Charles, Camille y Tugdual se encuentran atrapadas en un pozo impuesto por la singularidad de
enfermedad rara. La cámara se convierte en seguidora muda de sus movimientos. En este punto, aparecen los aspectos positivos de la película: los que le dan vida y hace de ella un testimonio interesante y verídico. La claridad define a este metraje gracias a la voz de una infancia que convierte el calvario en la aceptación de un destino no buscado. Se pone en tela de juicio la validez del aforismo mil veces repetido de manera evangélica:
‹‹el destino no se crea, se hace››. Por contra, las palabras del dramaturgo
Pierre Augustin de Beaumarchais combaten con fuerza esperanzadora esa frase maldita:
‹‹No mires nunca de donde vienes, sino a donde vas››. Estos chavales ya han nacido con el destino incluido en un paquete de serie, marcado como piezas sometidas a estudio científico y cuidados médicos.