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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


IMÁGENES EPISTOLARES
Película Para Sama


J. G.
(Madrid, España)

Para Sama
Ficha Técnica Video    
El amor y la crueldad nacen en lo más profundo del ser humano. Adoptar una mirada alejada del corazón es una tarea difícil en documentales como Para Sama. Las imágenes caseras duelen entre bombas que no impiden el surgimiento del amor. La necesidad rápida del exterminio no consigue vencer un sentimiento nacido del corazón mientras cohabita con la supervivencia.
La necesidad de conectar con el personaje aparta la realidad cruda en un segundo plano para olvidarnos de otros héroes anónimos que sufren la misma pena. El exterminio como fuerza militar queda reducido a una fotografía de escombros sin nombres ni apellidos. La denuncia el origen es arrinconada por la gravedad del presente. Alguien se preguntarán si existe la necesidad de encontrar respuesta a las matanzas perpetradas en Alepo, y toda Siria, contra la población civil. La réplica es, taxativamente, no. El visionado de un documental mitad ficción mitad realidad obliga a caminar sobre un campo de minas con los ojos cerrados. Es el legado epistolar de una madre a su hija pidiendo perdón por haberla traído a un mundo ciego de justicia. Al mismo tiempo, esta forma de comunicación prenatal agradece la superación del trance histórico, la resistencia al abuso de la dictadura siria sobre una ciudad martirizada. El guion improvisado sobre la marcha obliga a centrarnos en una ciudad que los medios de comunicación también asaetearon con sus balas informativas. Lo ocurrido allí desde 2012 hasta 2016 no tiene nombre.
 
Escombros de la guerra en Alepo  
La familia de Sama observa los destrozos causados por los bombardeos de Bashar al-Ásad
Las imágenes se suceden como un documental personal que en el que una estudiante de marketing en la universidad de Alepo se lanza al fuego abierto. La vena periodística de Waad Al Kateab está por debajo de la maternal. El corazón de mujer y madre es más fuerte que el rigor documental incapaz de apartar el ojo informativo de las barbaridades cometidas contra los alepinos. Su testimonio es otra oportunidad para odiar la guerra en primer plano y, por encima, criticar la pasividad internacional. La inoperancia de la política internacional para resolver conflictos bélicos es patente. La cámara de vídeo doméstico es el arma que capta la tragedia sin censurar el camino a la sonrisa. La realidad exenta de aliño, gracias a ella, no admite compasión. La resistencia hace que vea la muerte desde la cercanía, que la huela, se manche con ella y sienta su peso.
La belleza de algunas imágenes está en la suciedad de un relato que no escatima detalles para denunciar el poco valor que se confiere a la vida. Es sucio por lo que dice: la verdad; dulce por el manto de esperanza que existe en una paz que ha de pasar por la destrucción. La pequeña Sama crece dentro y fuera del vientre materno. El amor palpita entre el médico Hamza y Waad. Mientras las tropas de Bashar al-Ásad arrasan lo que encuentra, el integrismo radical tampoco se queda corto en sus amenazas desestabilizadoras. Alepo se convierte en una trampa sin salida.
Waad Al Kateab se convierte en reportera gráfica  
Waad rodando el testimonio de la presencia gráfica internacional en Alepo

El guion está construido sobre la veracidad de imágenes sangrantes, la desesperación, la necesidad de acabar con esta pesadilla, la pérdida. Lo visual es más elocuente que las palabras. Los niños han sido forzados a ser adultos: sus lágrimas y la entereza ponen la carne de gallina.
Los acontecimientos dan para un metraje extenso pero si algo hay que achacar a los directores, Waad Al-Kateab y Edwards Watts, es la falta de previsión a la hora de poner un final a esta tragedia documentada. En vez de dar voz al final abierto, que aparece con insistencia conforme avanza el largo, prefiere cerrar el círculo con un final cercano al álbum familiar poco serio.

 Waad Al-Kateab  
Waad Al-Kateab junto a su hija Sama

Sama es la niña que nació a empujones, como murió su patria, mientras aprende a vivir protegida de la guerra sin recurrir al llanto, sobrecogedora por su naturalidad.
Oriana Fallaci escribió como primera frase de su libro Carta a un niño que nunca nació: ‹‹Anoche supe que existías: una gota de vida que se escapó de la nada››. Mientras la escritora italiana reflexiona ante una maternidad inesperada, Waad Al-Kateab escribe una misiva de amor que no esconde sus miedos a una hija surgida como rayo de esperanza en el caos quien, con el tiempo, asimilará su protagonismo. Para Sama es la narración íntima de la guerra sin que resulte tan incomprensible.

J. G.


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