Hay que tener agallas para trasladarse a vivir desde París a Túnez; para instalar un trabajo poco estable en el antiguo protectorado francés; para hacerlo con la
Primavera Árabe de 2012 reciente. Selma Derwich decide instalar su conciencia emprendedora en un suburbio; no se deja atemorizar por las advertencias de sus amigas sobre el poder del integrismo religioso; apuesta por el reto profesional; lleva la contraria a
Salvini al convertirse en repatriada voluntaria. Se forma académicamente en Europa para devolver sus conocimientos a su pueblo, lejana de la civilización intelectual. El regreso a las raíces con ganas de prosperar está protegido por la valentía de una mujer que se enfrenta a la oposición de una sociedad machista sin que
Un diván en Túnez signifique otro alegato feminista. Es una comedia apartada del activismo que combina humor y crítica social con optimismo y algo de romance ligero. La soledad dirige un proyecto en el que las personas son su motor; de ellas depende la fuerza para continuar o abandonar. Lo de arriba sigue siendo propiedad de Alá mientras que lo terrenal pertenece al hombre que no comprende a la mujer independiente.