Cuando hablamos de circo, las sonrisas abrillantan el rostro con vitalidad de niño. Y no siempre es así. El mundo del espectáculo conlleva magia y decepción. El circo no es solamente la nariz de
Manuel Vallés Totó ni la bondad de Gulietta Masina en
La strada. Los personajes de este espacio están protegidos por un entoldado dorado bajo el que actuar sin red es lo normal mientras asumen el valor de la vida y la muerte. El argumento de
¿Dónde está el truco? nace lesionado entre aires de honestidad circense convertidos en legado de padre a hijo. El metraje, tras una entrada orquestal, avanza en la mutilación del drama persuasivo gracias a diálogos y personajes tan disparatados como aburridos, tratados con lenguaje prehistórico. El humor italiano no compensa la sosería de un planteamiento con intenciones generosas. Cualquier guionista y director primerizos hubieran convertido este matasuegras esperpéntico en una dinámica coherente sin esfuerzo.
A Arturo Maravilla no le queda nada del legado que le pasó su padre en un universo donde la ilusión manda. La comicidad mal llevada sitúa a la herencia familiar, una carpa cada vez más despoblada de público, en la sombra de lo que fue. La supervivencia se ha convertido en una agencia de representación sin patrimonio ni nadie a quien representar. Si las telarañas no han cubierto esta mugre pesimista se debe al optimismo chapucero de quien creen en su chispa empalagosa. Juanito Sin Blanca es el otro extremo de una cuerda destensada que intenta poner firme. Sólo los imprevistos dan un poco de aire a la sucesión de chistes fáciles que atosigan con placaje surrealista. Este último asume la actitud caricata sin fuste, se integra en las chanzas de un jefe con ganas de emprendimiento: alguien que de la noche a la mañana pasa de niño a hombre, de sonrisa y tristeza.