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EN LA PIEL DEL REFUGIADO
Película El año que dejamos de jugar


J. G.
(Madrid, España)

El año que dejamos de jugar
Ficha Técnica Video    
A pesar de que en 1933 Hitler fuera un desconocido en Europa, su nombre comenzó a levantar sospechas de poca democracia. Antes que los gobiernos percibieran lo que se venía encima, algunas personas supieron leer que su propaganda política estaba cargada de amenazas serias. El judío vio la dirección del misil nacionalsocialista contra él. Si el compromiso de crítica intelectual atacaba las raíces del totalitarismo incipiente, era el primer amenazado de la lista.
La inocencia infantil hace del ocio un juego teatral con el que los pequeños se divierten interpretando a mayores. La simbología adulta alimenta monstruos que, en manos de niños, asustan aunque ellos se lo tomen como una chiquillada. La persecución contra el padre, y la familia de Anna, se pone en marcha por ser semita y pluma prestigiosa contra las teorías hitlerianas. El ambiente hogareño emparentado con la cultura, el cariño, el amor a la música y el arte, los peluches y las buenas costumbres que su mente considera irrompible se resquebraja de golpe. La tranquilidad y la vida fácil se acaban, los momentos de certidumbre perseguida comienzan su camino. El mundo de los mayores saja la armonía con odio y expansión supranacionales de la raza. Los Kemper adelanta momentos trágicos con el abandono del hogar como alternativa superviviente al apresamiento. La huida del horror nazi se produce mucho antes de que su maquinaria exterminadora se ponga a funcionar. La visión de dos hermanos que disfrutan de una infancia privilegiada se rompe saltando de un lugar a otro sin echar raíces.
Se dice que hay que preservar a los niños de la realidad dolorosa para que no traumatice su crecimiento hacia la adultez pero ¿qué sucede cuando son los protagonistas de una hostilidad incomprendida?

 
Anna Kemper (Riva Krymalowski) con sus peluches  
El conejo favorito de Anna, antes de convertirse en emigrante con su familia
Las cosas queridas se abandonan junto a las personas que fueron importantes en la vida. Aprendemos a valorar las cosas cuando no forman parte de lo cotidiano; un muñeco de felpa es más importante cuando lo tenemos lejos. La vida de Anna queda anclada a un conejo rosa y los recuerdos hacen de la pesadilla un reencuentro posible. La imaginación acompaña a una cría que tiene mucho de rebelde mientras se adapta a una situación novedosa que malentiende. El viaje de una persona diminuta en edad pero de corazón grande, y con ganas de aprender, acepta la despedida como parte de su vida. Una piedra, una pared, una casa, una flor o una cama son amigos no imaginarios con los que compartió momentos difíciles de recuperar en un encuentro constante. Los espacios cerrados se hacen más sombríos, la familia forma parte de otra comunidad mayor: ser refugiado. Es sinónimo de persecución, de odio y de extranjeros poco fiables como inquilinos. En esta cuerda floja, el orgullo profesional de Arthur Kemper se mantiene firme ante un conocido antiguo contra quien vertió su ira intelectual y niega mostrar humildad. La soberbia y la soledad van de la mano sin perder la esperanza del bienestar social.
Anna y su padre, Arthur Kemper (Oliver Masucci) en el barco que los transportaría a un país extranjero  
Anna y su hermano Max (Marinus Hohmann) junto a su madre, Dorothea Kemper (Carla Juri)

Los acontecimientos obligan a vivir con intensidad diaria. Anna no deja de asombrarse ante lo nuevo y no se achanta frente a costumbres prehistóricas como tirar piedras a una niña en símbolo de predilección. El perseguidor asoma envalentonado desde las vísperas de las elecciones del 5 de marzo de 1933 hasta la quema de libros con la ‹‹Acción contra el Espíritu antialemán››.

El miedo a ser descubierto anda presente en la película 'El año que dejamos de jugar'  
La familia Kemper al completo en uno de sus encuentros

La visión del mundo adulto de una chiquilla crece tomándose cada ubicación como una aventura instructiva. La neutralidad suiza muestra un país como paraíso que no quiere implicarse ni política ni intelectualmente en el presente. París no oculta la ingratitud hacia el judío alemán, queda Inglaterra como meta nueva para el destierro emigrante. El drama sigue el camino pautado por el destino sin que el llanto o la injusticia se hagan con el mando de la situación. Al contrario. El año que dejamos de jugar, además de adaptar la novela de la escritora Judith Kerr, explica la razón de una huida repetida en la Historia.

J. G.


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