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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


ENTRE BIN LADEN Y GUANTÁNAMO
Película The Mauritanian


J. G.
(Madrid, España)

The Mauritanian
Ficha Técnica Video    
Dos meses en Mauritania pasan más rápido que en Estados Unidos, especialmente después del 11S de 2001. La alegría de una fiesta inicial con sabor beduino no tardará en ser una pesadilla. La sombra del atentado contra las Torres Gemelas planea humeante. El jolgorio se desvanece con el secuestro legal de un sospechoso convertido en culpable antes de tiempo. El asunto salta fronteras para plantarse en tierras norteamericanas con intenciones carcelarias, llega a los oídos de una abogada especializada en casos poco comunes y nada fáciles. El protagonismo de Guantánamo remueve el coctel perfecto para la intriga. La base situada en Cuba es la caja estanca para atropellos físicos y acosos mentales. Suspense, tortura y venganza persiguen a un incidente real, dramatizado, que tiene a los protagonistas como novedad. Las figuras son repetidas: militar rencoroso, letrada contra el sistema, legalidad porosa e ilegalidad impune. En torno a Mohamedou Ould Slahi se tejen dos crónicas paralelas. Por un lado, el mauritano enseña su estancia durante catorce años en El Campo de Detención de La Bahía de Guantánamo. Fue un invitado de la lucha antiterrorista que Donald Rumsfeld y George Bush hijo lanzaron contra cualquiera que tuviese lazos con Bin laden y los atentados de Nueva York y Virginia. Su sombra es tan protagonista como el elenco. En la otra parte del diálogo se encuentra Nancy Hollander y su defensa, más entregada a desnudar las flaquezas del Gobierno estadounidense que a empatizar con la causa de su representado. Entre ambos se establece una relación de frialdad y desconfianza que no acerca posiciones. Cada uno defiende su territorio sin jugar a ser el otro. Jodie Foster, en este papel, es Clarice Starling en la madurez, sin el protagonismo universitario mostrado en El silencio de los corderos. El nombre eclipsa todos los titulares, la calidad actoral no podía ser menor pero tampoco es estelar. Tahar Rahim es el director escénico que mueve los hilos con una interpretación sometida a cambios psíquicos. Su trabajo gira entre la desesperanza y la contención; representa la cara impotente del abuso, la rata vapuleada por medios coercitivos y la satisfacción de haber ganado el pulso a una violación moral basada en la suposición. El actor francés, recordado por Un profeta, Grand Central, El padre o María Magdalena, brilla con el fuego de la humillación mientras que la actriz californiana cumple en su función de salvavidas meritoria.
 
Mohamedou Ould Slahi (Tahar Rahim)  
Mohamedou encarcelado
Mohamedou, convertido en 760, representa un fracaso de la persecución occidental llevada por el fanatismo; sufre vejaciones ignoradas por la política represiva que ha hecho de Guantánamo el fortín de la agresividad martirizadora. El repaso rápido de su vida corre entre un viaje a Alemania, los recuerdos en Afganistán para ayudar a los musulmanes a luchar contra los comunistas como guerrillero de Al-Qaeda. La curiosidad de Nancy choca con la firmeza vengativa de un expediente castrense inmaculado. Al teniente coronel Stuart Couch, cosas de la vida, le unía un vínculo afectivo con uno de los copilotos del Vuelo 93 el 11 de septiembre. Es el patriota buscando justicia a cualquier precio, el defensor de la pena de muerte contra la culpa de procedencia islámica. Su dilema transita entre el católico de misa dominical y el sentimiento herido por la venganza con los asesinos del 11S, el hombre ecuánime que cambia de opinión cuando se adentra en las tripas del monstruo. Una personalidad a estudiar. El abogado interpretado por Denis Ménochet, lanzador del anzuelo que atrapa la atención de Jodie Foster; la suavidad de Shailene Woodley, sin quien su jefa no habría crecido; el sadismo de algunos soldados y el corazón de otros, que comprendían el horror al que servían, ponen color humano a la locura. El resto de personajes salva una cinta con intenciones pero sin resultados de peso.
Nancy Hollander (Jodie Foster), la abogada que se interesa por la defensa de Mohamedou  
El teniente coronel	Stuart Couch (Benedict Cumberbatch) pide la pena de muerte contra Mohamedou Ould Slahi
La conjetura historiada encubre la falta de pruebas movida por el odio en busca de confesiones falsas a través de métodos poco limpios. The Mauritanian es la persecución de un nombre, Bin Laden, a través de rastros dejados en teléfonos móviles; la necesidad de encontrar una presa fácil con conexiones que apuntan al 11S, cuya culpabilidad no demostrada lava el honor de Washington mientras se salta el Estado de derecho. El dolor comparte momentos con la ternura y humanidad de dos hombres que se oyen pero no se ven mientras juegan al fútbol en la cárcel. Los paseos por pasillos amurallados, diseñados para cobayas sin escapatoria; el control estricto dentro y fuera de este cementerio; los procedimientos inmorales como grilletes atados a los pies, las capuchas rojas que aparecían de improviso trazan un paisaje dibujado con maldad.
Mohamedou retenido en Guantánamo  
Teri Duncan (Shailene Woodley) en la oficina con su jefa, Nancy Hollander (Jodie Foster)

La fotografía sobria mantiene el poder de la imagen convertida en denuncia con disertación jurídica y bestialismo dentro de celdas reservadas a una minoría salvaje.
El largometraje sirve para revivir las atrocidades cometidas en arenas movedizas, es un ejemplo de que el precio de la libertad, a veces, se paga muy alto. La dinámica no pierde intensidad aunque su duración acartone un proceso de final conocido. Los relatos basados en hechos reales con terminación feliz saben rancios. La conclusión destapa una cloaca podrida. Por otro lado, queda el paladar acibarado al conocer que los responsables políticos, con George W. Bush a la cabeza, se fueron de rositas sin explicar su maquiavelismo patrio. La estela del colofón edulcorado es frustrante por el tratamiento manido de una experiencia convertida en éxito literario traducido a varios idiomas. The Mauritanian es una película de extremos donde el bien y el mal no conocen zonas intermedias, como en Guantánamo.

J. G.


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