Los del Río cantaban
‹‹Sevilla tiene un color especial›› como reclamo local y no les faltaba razón. Eso es lo que Juan Antonio Moreno Amador ha decidido descubrir en su documental más reciente. El elemento humano destaca unas vivencias en donde la anécdota renovadora marca el paso con personajes agradecidos. El director de
Boxing for freedom ilumina a esos refugiados que no son noticia, obligados a emprender una marcha en condiciones infrahumanas. La reconversión del puticlub Maravilla en hogar de acogida regentado por la
Comisión Española de Ayuda al Refugiado CEAR humaniza su funcionalidad. Las paredes proporcionan un calor menos pasajero que en su vida anterior;el aparcamiento privado, transformado en sala de lavandería y las dos suites con espá y amplias vistas al exterior se amoldan a las necesidades colectivas sin intención de amparo indefinido. Los inquilinos son internacionales, desde salvadoreños hasta familias procedentes de Yemen o Marruecos. Todos tienen algo en común: su huida del miedo a la persecución causada por su posicionamiento sexual o, simplemente, no querer descansar como escombros en los
bombardeos contra Siria. Su presencia busca orientación, un trabajo que permita vivir con dignidad, romper las barreras fronterizas impuestas por lo étnico o lo religioso. El mirada cineasta se abre a la reflexión de alguien que no quiere un trato preferente sino una sociedad que valore sus conocimientos. La cámara da luz a individuos convertidos en ciudadanos de segunda clase, apartados de la jerarquía representada en su país como doctora en biología o ingeniero en electrónico. El destino nuevo les hace comprobar la pasividad de la burocracia y el dolor causado por un desempleo generalizado. España no es la tierra del maná que muchos pensaban encontrar. La transformación del Maravilla en un patio compartido muestra su aperturismo a través de voces que reflexionan sobre fallos occidentales: la tasa elevada de población envejecida y la escasa natalidad o la entrega al amor canino antes que a la necesidad de tener hijos. La sorpresa cultural del recién llegado no comprende los límites cartesianos de la convivencia en esta parte del planeta, más egoísta.