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PEQUEÑOS ADULTOS
Película Petite maman


J. G.
(Madrid, España)

Petite maman
Ficha Técnica Video    
Alejandría evoca un mundo abierto a soñar. Alejandría es una palabra en un crucigrama, presto a registrarse como último elemento compartido entre Nelly y su abuela. En un ejercicio temporal, la despedidas se adelanta al tiempo en forma de adiós póstumo. La pérdida de un familiar se rememora con el descubrimiento de una casa solariega dispuesta a ser vaciada. La vida continúa y el tiempo trascurre con velocidad lenta en Petite maman: un drama minimalista, con música proveniente del corazón. Sin sonidos instrumentales. Así comienza una historia llena de despedidas y reencuentros, de ausencias y llamadas, de huidas y descubrimientos; en definitiva, de amistad. El mundo convencional se presenta al desnudo ante los ojos de una niña curiosa y despierta, carente de un afecto materno que no duda en reprocharlo con la dulzura de una edad sonroja sin herir. No hay nada que resolver porque la marcha atrás no existe y el recuerdo se suple con experiencias nuevas que abren horizontes de vitalidad con cuerpo de chiquilla. La fábula naturalista huye de la improvisado sin rigidez. El distanciamiento entre los padres choca con el acercamiento de Nelly a un mundo amable y amigable. Ella transita por habitaciones que descubre para alimentar su hambre de compañía y conocimiento. La mirada disecciona cada rincón, analiza los espacios y con esta reflexión muda siembra de energía entornos vacíos. Los paseos largos por el monte se adentran en atmósferas tranquilas, descubren acompañamiento. La aparición de Marion inicia un relato cuajado de poso humano. Su madre, a pesar de un rostro angelical casi porcelánico, es un espectro ausente; alguien que respeta a su hija y esconde un trauma que no quiere compartir con otros. La tristeza imperante hasta ahora, que ella rellena con su mirada dulce, muda a ropajes más brillantes en los que la sonrisa, y alguna carcajada, hacen de carmín dulcificador.
 
Nelly (Joséphine Sanz) en su soledad de niña curiosa  
De izquierda a derecha: Marion (Gabrielle Sanz), junto a Nelly (Joséphine Sanz), en su cabaña recién cosntruida

El bosque deja de ser inhóspito para convertirse en habitabilidad con forma de cabaña. Las dos criaturas construyen un techo en común, camino de la madurez sin proponérselo. El simbolismo de los objetos y lugares está cargado de cercanía humana: desde el bastón de la abuela de Nelly hasta el hogar nuevo. Se imita a la adultez sin querer parecerse a ella, se dialogan con seriedad sin caer en lo melodramático. La pérdida se supera con el encuentro, las preguntas sobre el porqué de la muerte se desvanecen sin ser cuestionadas. La pena de la pérdida familiar no se discute ni se recrimina; se acepta como parte de un proceso que origina encuentros nuevos. Cada momento está lleno de miradas, silencios que atrapan la magia de la temporalidad disfrutada sin agobio por el después. Petite maman es un cuento sobre las relaciones nuevas y el alejamiento de otras que se dan por consolidadas, como la maternofilial. El relato pierde su cuerpo infantil mientras dos personitas ocupan el mundo de los adultos a su manera. Las inquietudes, el sigilo, la añoranzas de familiares perdidos, el miedo a un futuro impredecible generan diálogos con músculo moral. El encuentro no se cierra mientras quiere absorber la despedida, busca prolongar el momento con felicidad sin complejos. Los conversaciones entre Nelly y Marion sobre temas que no encajan en su edad apuntan al corazón del título con que Céline Sciamma dirige un metraje sencillo que emociona. Petite maman es el mundo de los adultos en dos niñas que juegan a ser madre e hija; es pérdida y encuentro. La película no tiene edad ni público al que contentar. La ternura de su amistad se divierte creando universos con guiños al cine negro sin llamar a la violencia. El juego es la convivencia troncal de alguien que hace de lo cotidiano momentos asombrosos, dulces. Ambas son el reflejo de los miedos, las ansias convertidas en carne y hueso.

J. G.


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