163 años antes de que Honoré de Balzac escribiera su primera obra literaria,
El avaro de
Molière escenificó la desmesura de la avaricia humana. La idea de que no eres nada, y nadie te respeta sin él, impulsa a Felix Grandet a consolidar una vida centrada en el precio de todo lo que fuera susceptible de comercio.
Eugénie Grandet representa al apogeo del capitalismo moderno nacido al cobijo de la
Revolución francesa, cuando el periodo de restauración monárquica estaba naciendo. La cabeza de los Grandet fue un
sans-culottes enriquecido a base de una revuelta popular. Es el hombre curtido en el peso de las monedas, un negociante poco escrupuloso que sabe exprimir la maldad aceptada socialmente. Vive encerrado en un mundo vallado por un patrimonio del que no presume, tampoco disfruta ni permite a los demás gozar de él. El trabajo es la extensión de un corazón rocoso. Su ansia de empresario moderno deforma el entendimiento más cercano hasta convertir su desfiguración en la base de un trono egoísta. La fortuna amasada le llama a desprenderse de bienes físicos para engordar la materia prima que alimenta una energía basada en la pobreza: el peculio. Esta envejece sin posibilidad de eternidad, contradiciendo la entereza de sus barricas. La muerte comienza por piedras hasta alcanzar voluntades. El contrasentido nada en la abundancia al hacer gala de un ascetismo supino. La aflicción de una madre que conoce el desenlace de esta dictadura paternal es una defensa de la hija contra un monstruo.