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UNA HISTORIA DE DOLOR Y ÉXTASIS VIRGINALES
Película Benedetta


J. G.
(Madrid, España)

Benedetta
Ficha Técnica Video    
¿Qué significa ser un provocador? Espolear al pudor, herirlo, sacar los colores, despertar al gesto de la disconformidad, bostezar, irritar, excitar? Las respuestas variadas llevan nombres propios que se distancian del grupo. Paul Verhoeven es uno de ellos. Su calentura última es un batiburrillo de Historia, melodrama piadoso, torturas físicas y morales, éxtasis orgásmico con consolador de simbología célica incluida. Benedetta vende en el mismo paquete un emparedado de comida rápida donde el erotismo visual pesa más que la enjundia del argumento cautivador. La fuerza de un drama impulsivo discurre por ríos de fluidos sexuales y jadeos que forman un trabalenguas con más peso carnal que sensual. El juego líquido del contacto prohibido que el director holandés sabe remover desemboca en el cansancio con una temática donde el despertar hormonal y las creencias misericordiosas devoran el tiempo con glotonería. El contorno femenino es exhibido desnudo ante el protagonismo minutado de lo libidinoso. El sentimiento metafísico rivaliza con el pulposo en una atmósfera cercana que no renuncia a la violencia.
El contexto religioso crea esclavos a su alrededor para que el concepto incorpóreo del alma crezca con solidez terrenal a través del sufrimiento. La fe es devoción, opio, imaginería, ceguera y manipulación. Su consagración significó una imposición social distintiva, un privilegio pagado con dinero para ingresar en una pensión de lujo ascético. La joven Benedetta Carlini es secuestrada desde niña por la antonimia de la libertad, para limpiar las conciencias y enmarcar el prestigio social. La entrega a un dios celestial a través de la dote que engrosaba las arcas del convento constata el contrasentido de las creencias ascéticas. Si tocar esta temática es provocar (a las creencias) entonces, Verhoeven es un director provocador.
 
La abadesa Felicita está interpretada por Charlotte Rampling  
Benedetta (Virginie Efika)
El encuentro lésbico tiene una importancia secundaria en esta trama atormentada. Su excitación arde en el fuego de su instantaneidad durante un metraje que no explota el conflicto erotizante más allá de la anécdota. La pasión prohibida es utilizada como enganche a un argumento descubridor de una sexualidad virgen que no entiende el amor como sacrificio ni equipara al gemido con un grito lacerante. La pulsión amatoria entabla un diálogo frágil donde dos mujeres más afanadas en la masturbación que en la atracción afectiva. La sucesión de videncias místicas y la aparición de heridas deseosas por convertirse en milagro mezclan el suplicio físico con el espiritual. El entorno monjil se pregunta quién es Benedetta. Su repercusión cala en el pueblo hasta impregnarse de una capa celestial. La curia florentina, empujada por la abadía de Pescia, sospecha de prácticas satánicas y blasfemas que no duda en castigar. El crecimiento de identidades falsas, la separación entre los conceptos dolor y placer, las luchas de poder y el espionaje en el ambiente conventual es más excitante que el roce de pieles esquivas a la separación táctil. Lo más interesante del largometraje son las guerras intestinas que denuncian el afán controlador dentro de la Iglesia, la hegemonía piramidal de una estructura donde la fe en lo material cuenta más de lo que parece, la tiranía de las creencias contemplativas. La rivalidad cielo-infierno sirve para amedrentar al vulgo cegado por el miedo introducido a través de iconografías milagrosas. Esa es la polémica que Paul Verhoeven despierta sin levantar voces altisonantes, sin crear el mismo revuelo que las piernas de Sharon Stone hicieron en Instinto básico ni la sorpresa de RoboCop.
Benedetta junto a Bartolomea (Daphne Patakia), su amante  
Benedetta y Bartolomea son apresadas por la guardia del convento, acusadas de prácticas poco honrrosas para dos mujeres

La mirada crítica debe lanzarse contra la monopolización de la fe a través de personajes poco decentes que aprovechan la ignorancia colectiva para engordar sus estómagos y autoridad. Virginie Efira, descubierta por Verhoeven en Elle, lleva hasta el límite su rostro virginal; exprime la naturaleza salvaje de Bartolomea, su amante; se contrapone con la mirada cavernosa de la abadesa sor Felicita, Charlotte Rampling (siempre tan sibilina en su comedimiento), la estupefacción de Christina o la esencia viperina del nuncio Alfonso Giglioli que desarrolla Lambert Wilson. Paul Verhoeven indaga en el relato enigmático dirigido por la peste del siglo XVII en Europa. La rebelión popular y el despotismo eclesiástico son elementos con un peso protagónico creciente ante el lesbianismo de fogosidad puntual. Benedetta entra de niña en la fortaleza de la fe y sale en una caja de pino con más silencio que gloria.

J. G.


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