Cualquier lugar es el idóneo para matar mientras el hambre vengador permanece alerta: desde fortalezas mafiosas con piscina hortera, mansiones londinenses hasta callejones semi-iluminados. El restaurante de lujo es el escenario perfecto para jugar al acoso refinado de intenciones directas. El contacto en un entorno tan distinguido insinúa un mensaje de atracción-odio lleno de efervescencia femenil y frialdad masculina. Maggie y Keaton se intercambian mensajes de erotismo percutor en un duelo bajo el mantel. El juego fálico se sucede entre sensaciones onomatopéyicas que distinguen el beso de una
SIG 226 de la
HK 9mm. Este intercambio de sentimientos es sincero. La naturalidad es tan excitante como flemática. Ejecutora en ambos casos. El acercamiento cumple con el estereotipo erótico, tratado como convencionalismo de cama esporádica, en donde el sexo es consecuencia de un chiste para acabar bien la situación sin que resulte incómoda para los actores, manida para los guionistas ni complicada de resolver para el director. La sugerencia de dejar el misterio sin resolver choca con la necesidad de lavar la imagen del mentor. Martin Campbell, que ha contribuido a alimentar la saga de
James Bond con logros como
Goldeneye o
Casino Royale, trata los dos aspectos sin circunloquios, movido por la sutileza y la curiosidad individuales. El dinamismo pivota en torno a un suceso pasado con entidad persecutoria.