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CINE Y ESPECTÁCULOS
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LA DELGADA LÍNEA ENTRE VIOLACIÓN Y CONSENTIMIENTO
Película El acusado


J. G.
(Madrid, España)

El acusado
Ficha Técnica Video    

La novela de Karine Tuil sobre la que Yvan Attal basa esta película seguro que es más prolija en datos y estilo narrativo a cerca de las repercusiones de una violación. La posesión del cuerpo y espíritu femeninos por el poder machista no queda reflejada con una fidelidad creíble. Quizás la intención del realizador franco-israelí sea dejar abierto el interrogante sobre la interpretación judicial de la palabra ‹‹consentimiento››, aplicada al terreno del abuso genital. Tampoco entra de manera directa en la discusión del acto posesivo, que adorna con la intelectualidad de mujeres distinguidas en sus opiniones feministas. El protagonismo femenil enfrenta posiciones antagónicas en la aplicación de las penas judiciales ante delitos sexuales. La mujer aparece como sujeto principal en un debate televisivo fugaz pero jugoso, lo más interesante del enfrentamiento actoral. Además del joven inculpado existe un padre poco dado al diálogo, apoltronado en su cúpula de líder televisivo, como si le diera un poder inamovible. El foco se centra en un ambiente burgués, de familia bien y moral supuestamente limpia. Nada nuevo hasta ahora. La continuación del relato tampoco resulta novedosa ni sorprende. El diálogo entre forzamiento y sexo consensuado dirige los movimientos de una acusación que la exhibe como venganza. El significado genérico de esta práctica carnal no queda muy claro verbal ni visualmente. Se acomoda a la interpretación individual. La introducción que podría haberse suprimido abre las puertas al juicio de un abuso convertido en vejación. Se trata de dirimir sobre la culpabilidad, demostrada con pruebas, y la defensa, que se apoya en una terminología donde la coartada del acuerdo desconoce los límites entre el bien y el mal. A parte de un polvo culminado en felación, y el tratamiento de la superioridad varonil, se pone poco énfasis en el detalle ambiental del proceso judicial. El énfasis gestual, los cambios de voz, los tonos discordantes, los nervios, la angustia son mínimos. La reacción de la audiencia aparece gélida, sin bilis en el drama que las opiniones vertidas pueden originar.

 
Alexandre Farel (Ben Atral) recién detenido por la policía francesa nada más llegar al aeropuerto de París  
Claire Farel (Charlotte Gainsbourg) junto a Jean Farel (Pierre Arditi), los padres de Ben que viven separados
La implicación de dos familias está presente en la manera distinta de afrontar el dolor. Se exploran terrenos movedizos como la validez verbal en la transigencia sexual durante un acto placentero de forma unilateral. El suceso convertido en materia jurídica se esgrime con una matemática lingüística mecánica. El hecho de que la relación paternofilial una al director y procesado, y que la madre de este posea vínculos sanguíneos con ambos en la vida real plantea un triángulo morboso. O haga que la licencia de todo queda en casa tenga sentido. El hijo, convertido en culpable, asusta por la frialdad educada de su presencia, por la repetición de argumentos tan inestables como convincentes dentro de una legitimidad creada por él. La apisonadora de su defensa los avala con rotundidad. Esto no suma enteros a un largometraje plano, carente de interés humano, llegando a cansar por su conversión en un partido de tenis familiar. Sólo los retrocesos a la discoteca donde las apuestas se convierten en trofeos sexuales merecen ser rescatados como prueba de la agresión. La ceguera del deseo masculino no hace daño mientras la imagen femenina resista arrinconada contra unas cuerdas invisibles. El violador tampoco se siente villano sino que se manifiesta como un ciudadano ejemplar que nunca ha sobrepasado la ley porque sus actitudes la fabrican.
Alexandre es un modelo de hijo de familia burguesa  
Alexandre Farel (Ben Attal) y Mila (Suzanne Jouannet) en el metro, ¿sólo amigos?

El desarrollo final del encuentro se carga de emotividad a través de la aproximación aséptica donde la actitud permisiva es defendible junto al dolor infringido. El clímax del roce jamás se conocerá, la interpretación de una actitud neutra es la única evidencia que nunca confesará la magnitud de lo sucedido. No queda claro si Mila se excitó, por qué no se escucharon gritos de auxilio, ¿forcejeó?, ¿ella sentía atracción por Alexandre Farel?, ¿hasta qué punto pasó miedo? Son cabos que se dejan sueltos en un tema donde queda mucho por hacer. El acusado no estudia la gravedad del límite entre deshonra sexual y consentimiento del acto, alargando las escenas judiciales sin necesidad.

J. G.


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