El recuerdo y el presente se mezclan creando complicidad con atractivo desigual. La vida de Marga se desmorona arrastrada por la confusión. La infancia marca la tragedia familiar y el desconcierto personal. Hasta aquí, el componente de suspense suena bien. A partir de ahora, los acontecimientos buscan una continuidad fantasiosa, lejos de la narrativa coherente. La consciencia es secuestrada por una incursión en forma de caja maldita, cuyas propiedades cuánticas alteran su vida a través de realidades paralelas que funcionan bien a efectos de maquillaje pero sin propósito aterrador. La falta de armonía lúgubre dentro de este mundo inestable aburre despiadadamente. El susto se queda en intención morbosa al tiempo que la tensión se desintegra, sujeta a las apariciones paranormales que enturbian un mundo confuso y poco explicado. Los insertos de grabaciones antiguas atrapan, con naturalidad documental. Sus golpes de efecto no necesitan del soporte argumental para sugerir tragedia y pánico. El meollo de
Visitante languidece en una continuidad atenazada por la necesidad de aclarar una relación matrimonial fallida. La presencia de espectros a los que se recurre, en una ofrenda al
cubo de Hellraiser, rompe la magia del suspense que hace agarrar la butaca hasta arañarla. La inexistencia de miedo paraliza cuerpo y mente.