El enredo superficial se acerca a maneras distintas de entender la vida. Del amaneramiento finolis representado por
Belén Rueda se salta al barrio poblado de inmigrantes y espíritu multicultural. Su papel experimenta un giro sentimental pudoroso al traspasar los límites de la frontera jerárquica. Se exploran formas de vida opuestas a través de una mujer emperifollada a quien cualquier mota de polvo que no tenga la marca Ferrero Roché le molesta. Esta perfección inmaculada de feminidad clasista, y embadurnada de potingues carísimos, presume tenerlo todo bajo control. En paralelo, lo imprevisto gana la partida a la seguridad del dominio femíneo sobre un matrimonio de plástico. Ni Madrid es Segovia ni el campo ofrece las comodidades metropolitanas que los urbanitas acomodados necesitan para sobrevivir. El cruce al otro lado del barrio aseado y decoroso pone los pies en la cara oculta de la misma ciudad. La princesa miedosa de tropezar entre adoquines pateados por vecinos de la integración racial descubre olores y texturas desconocidos que impresionan y molestan en su primer contacto.
La película muestra la ruptura de barreras sociales gracias al amor ansiado por unos e inesperado por otros. El descubrimiento de paisajes sociales nuevos deconstruye la rigidez de una elegancia escaparatista y sincera un mundo interior apagado. El amor irrumpe con elementos de emancipación femenina en una comedia disparatada con intenciones familiares. Las diferencias socioculturales chocan gracias a personajes opuestos que son arrimados por el amor inesperado.