La comedia es un género que exige más respeto del que algunos proyectos tienen. El cine que llama a la risa es una cosa muy seria que proporcione resultados estimulantes. Todo lo contrario ocurre en
El refugio, un cúmulo de bobadas que ensucian la respetabilidad de ese género cinematográfico (por mucho que sus actores y productores se empeñen a la hora de vender el resultado deforme). Si en un cóctel de tonterías consecutivas, que no puede confundirse con el surrealismo, se meten nombres conocidos para engordar el envoltorio navideño, el resultado, más que lamentable, se autodefine como impresentable. Y es que este engendro de piel pseudocómica es una continuidad de estupideces presentadas con cercanía familiar que buscan en el eco del apellido hueco una rentabilidad de público que no se merece. El resultado de un título contaminante parece destinado al efecto llamada que abusa de la cartelera española con efectividad hortera. Algo de la locura colectiva que genera
Santiago Segura planea como reclamo sospechoso.