Níger y la interculturalidad han visitado Madrid. Asa es poco conocida en España. Aunque nació en París, sus sonidos han crecido con la cultura musical del país africano. Algo palpable en los temas que presentó de su nuevo disco homónimo. A los dos años de edad, su familia se trasladó a Lagos. La sala El Sol fue el lugar escogido, casa habitual para grupos de la escena independiente que rebosan calidad. Por lo menos, siempre curiosidad. El marco idóneo para hacer del concierto un encuentro entre su música y la cultura. No se registró un lleno absoluto, ambiente cómodo. Como esta música.
Música de gourmet.
La tradición del soul negro y la vanguardia francesa, abierta a los ritmos foráneos, definen la música de Asa. En familia. Los ritmos caribeños de una “Intro” a media luz introdujeron a la artista en el escenario. Su voz comienza a sonar desde la penumbra del backstage hasta que aparece en escena. La sala rompe en aplausos y piropos. Voz, guitarras y teclados saben compenetrarse, trasladándonos tanto al reggae de Jamaica como a los cantos tribales africanos. El aire intimista, sólo roto por la emoción del público, se mascaba. Desde el primer momento, la imagen menuda de Asa, color café, contagió de esplendor las canciones. Menuda, con pelo rasta y siempre alegre. Un gesto que no se borra de su cara. Es el color de su piel, la sonrisa. Una chispa juguetona y feliz de bellas melodías. El ejemplo: “360º” y “Subway”. Sus letras cantan a las cosas pequeñas, lo cotidiano, las emociones, en ocasiones a la angustia. El registro vocal de Asa las quita dramatismo, y su aire tropical las convierten en una fiesta. Así es ella, particular.
La melodía de su música desprende recogimiento, tiene mucha alegría. “Fire On The Mountain” añadió color a su actuación. Letras críticas con los medios de comunicación, comprometidas, dolidas pero sin dramaturgia. Reales. Se acompañó de seis músicos interesantes que supieron dar la talla en todo momento. Los teclados de Didier Davidas sobresalieron desde el comienzo.
Asa demostró su destreza improvisadora en el solo que hizo de puente entre “Fire On The Mountain” y “Awé”, la canción más onomatopéyica de esta noche interracial. La historia de un hombre que decidió buscar sus sueños. Ritmo lento con letra escrita por Bukola Elemide en lenguaje Yorùbá.
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Los yoruba son un grupo etno-lingüístico del oeste africano, con una población de cuarenta millones de personas en Nigeria. Constituyen aproximadamente el 30% de su población total. Tienen una avanzada tradición de percusión, con un uso característico de los tambores de tensión, en concreto del dundun.
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“Awe” es alegre por su música y oscura por su lengua. Se hacía difícil de seguir. Los sonidos de Asa, sus marcados rasgos africanos, recordaban a los esclavos en los estados sureños de Norteamérica durante los siglos XVIII y XIX. A campos de algodón, canciones que se susurran al viento, recordadas con el tiempo. Al Color Púrpura de Steven Spielberg. A una tradición africana emergente, aún desconocida para Occidente, que tiene mucho que decir en su música. Riqueza sonora y expresiva.
El seguimiento lineal de las canciones se rompió. Referencias improvisadas a Madrid. El concierto comenzó a desarrollarse en clave desenfadada, algo que daba frescura a la actuación, ya de por sí particular. El público no parecía seguirla en este ambiente colaborador, por lo que Asa decidió continuar con las canciones en formato estándar. Aunque no va con ella. Los allí presentes querían escucharla, acaso sólo divertirse a su manera. Su sonrisa y la fuerza de una música colorista se ganó a la audiencia, que terminó por participar como sujeto activo de esta fiesta musical. Como un elemento más del escenario. Posee la magia de implicar al público en sus canciones.
Asa es, dentro de su sencillez, una artista espectáculo por el carisma que infunde. Es diminuta, pero con fuerza. Transmite sensaciones, vibraciones. Se divierte en el escenario. Resulta fácil, casi obligatorio, imaginársela en Hyde Park o en las calles de Soweto compartiendo su música. Junto a Johnny Clegg & Savuka, con Salif Keita. Incluso con Sting o Bono en un mano a mano. Vuelve la vena social con “Peace”, “Jailer”. La voz hecha un pulso a la música en “So Beautiful” hasta fundirse en un ritmo de samba, caliente. Cerraron con “No One Knows”, de inspiración funk, donde el bajo de Stephane Castry y la melodía casi rapeada de Asa fueron lo más destacado.
Un concierto redondo, divertido, sin grandes pretensiones, en algunos momentos oscuro, pero siempre pictórico e intimista. Las canciones no suenan como en el disco, más elaboradas. En directo son más frescas, más improvisadas. La cultura africana, y su música, es una gran desconocida en Europa.