Las
comparaciones son odiosas. Una frase
típica para un músico
atípico: Sean Lennon. El hijo
de un icono musical, John Lennon (de
nombre auténtico John Winston
Lennon), se paseó por el escenario
Heineken de Madrid para cantar
el repertorio de "Friendly Fire",
su segundo y más reciente trabajo.
Su debut discográfico en solitario
se produjo el año 1998, al presentar
"Into The Sun". Sean Lennon es
una figura reconocida dentro de la música,
ya que ha colaborado con su madre Yoko
Ono, Money Mark, Deltron 3030, Handsome
Boy Modeling School, Vincent Gallo,
Ryan Adams o Ben Lee, entre otros. El
apellido Lennon envolvía
la sala, ofrecía las garantías
para disfrutar de una velada amena.
Música de calidad. La espera
poco tenía que ver con la antesala
de cualquier concierto pop de grupos
MTV o de radio fórmula, donde
la impaciencia está a flor de
piel. Era tranquila. La gente llegaba
al concierto, unos cogían una
copa, otros se ponía a hablar.
A casi nadie le importaba la hora del
comienzo.
Sala
llena pero no abarrotada, buena entrada,
público apacible. Ambiente distendido, Leonard Cohen sonando de fondo. Todo
el mundo parecía pasarlo bien.
El discurrir de la espera se asemejaba
a una Jam Session, con un público
más proclive para escuchar buena
música de una forma relajada,
entre amigos, que para retorcerse con
movimientos espasmódicos. Sin
carreras ni apelotonamientos por estar
en la primera fila, ni gritos ni ataques
de histeria.
Cuando
Sean apareció en escena se cayeron
muchos de los estereotipos que el apellido Lennon despierta. Lucía un aspecto
informal a caballo entre profesor chiflado,
bohemio y estudioso de la Historia Medieval.
No llevaba escrito en la frente el nombre
de su progenitor, lo cual aumenta la
curiosidad por su música. No
es un clon de su antecesor, buen comienzo
para entender su trabajo. El recuerdo
de su padre sólo aparece en unas
gafas, pero a diferencia de las estilizadas
que usaba John Lennon, éstas
son grandes, de pasta marrón
oscura y gruesa. Traje a juego con las
gafas y sonrisa omnipresente. Poblada
barba, mirada enigmática y dulce
escondida tras los cristales oculares.
Su gesto es cariñoso y aniñado
a la hora de chapurrear palabras en
castellano. Poco místicas, pero
divertidas. Sinceras, como su aspecto.
Su fisonomía puede causar entre
los que no le conocen una mezcla de
indiferencia y curiosidad. El espectáculo
está servido.
Acompañado de una guitarra comenzó
a desplegar su música. Un sonido
tranquilo, sencillo, en ningún
momento pretencioso. Rápido y
ágil. La austeridad del
escenario y la descuidada iluminación
de la sala Heineken hacían
de las canciones un elemento no sólo
musical, sino que también ambiental.
Mientras éstas iban fluyendo,
su voz se fusionaba cada vez más
con el sonido de cuerda hasta formar
un todo inseparable. Sean Lennon es
un cantante de guitarra al que le quitas
ese instrumento y le despojas de gran
parte de su encanto. ¿Quién
ha dicho que la guitarra no tiene su
propio lenguaje? Sean Lennon sabe cómo
integrarse con él. Sin llegar
a la espectacularidad, su música
despierta la curiosidad, y agrada a
quien la escucha.
Artista
por su música no por su apellido.
Las
primera parte del concierto se compuso
de canciones bucólicas, acústico.
Su música no destilaba un pop
puro, se complementaba con un timbre
meloso. No resultaba aburrido aunque
tampoco rompía corazones. No
hacía vibrar, no cansaba. Era
interesante escucharlo, cosa nada fácil
de conseguir para un músico que
sólo ha publicado dos discos.
Sus composiciones se alejan del mercado
de consumo. Tampoco tiene nada que ver
con el espíritu revolucionario
de su padre. La banda que le acompañó
se componía de guitarra, bajo,
teclado y batería (estos dos
últimos instrumentos en manos
femeninas) La fisonomía de la
chica que tocaba los teclados recordaba
a Yoko Ono. La presentó como
su novia. Su actuación fue más
que correcta. En algún momento
la expresividad de los gestos, ayudado
por sus rasgos nipones, destapaban un
aire infantil. Otra particularidad de
este concierto. Técnicamente,
fue el soporte a la voz de Sean. El
teclado supuso el 50% de su actuación.
Ya en el ecuador de la representación, sin
pánico escénico, el Sean
Lennon tranquilo que hasta ahora se
había escuchado pasó a
mostrarse como un músico más
atrevido, ayudado por una Fender.
El cambio de guitarra le hizo más
eléctrico, juguetón con
el mástil y las cuerdas. Más
experimental. La conexión artista-espectador
fraguada desde el comienzo se transformó
en pequeña eclosión sonora.
Arañaba la guitarra con delicadeza
imprimiendo un ritmo lento. Las notas
musicales salían de entre las
cuerdas y se disolvían en la
atmósfera de la sala, exenta
de humos. Los temas, carentes de acompañamiento
vocal, se hicieron más largos
debido a los solos de guitarra. Eran
menos intimistas, canciones con un hilo
más difícil de seguir,
pero nunca inconexas. Hay que entenderlas
para apreciarlas. El sonido adquiere
un carácter lineal en donde la
música supera al texto. En ocasiones
parecía un músico ensimismado
con sus piezas, ausente del entorno
en el que se encontraba. Recordaba a
la etapa sinfónica de los primeros
Pink Floyd ("Atom Heart Mother",
"The Piper At the Gates of Dawn",
"Animals", "Ummagumma")
con temas muy sonoros e interminables.
Pequeñas sinfonías épicas
y eléctricas.
La
diferencia entre el genio y el artista
correcto es que si el primero se equivoca,
nadie lo nota o al menostodos entendemos
que no lo interpreta así, ya
que forma parte de su genialidad. El
artista no puede fallar porque enseguida
es criticado. Sean Lennon no falló,
fue ameno, humilde y muy cordial. Se
supo ganar al público.
Estuvo
preciso hasta en la duración
del concierto, una hora exacta. De nuevo,
la corrección se impuso sin resultar
agresiva ni prepotente. Algo así
como: "Esto es lo que quería
ofreceros, ya es todo vuestro, espero
que lo hayáis disfrutado".
Su música camina al revés
que el mundo, exenta de estrés.
Quizás sea ésta su manera
de hacer la revolución: en silencio.
El Ghandi del siglo XXI. "Friendly
Fire World Tour" finalizó
con los bises obligados a petición
de un público complacido.
El broche del concierto, con Sean Lennon
sobre el escenario, lo puso una rubia
de melena larga y despampanante, que,
apartada de la muchedumbre, casi en
privado, se perdía con su chico
entre largos besos. La música
es el principal conducto que siempre
nos lleva al amor. Una cosa quedó
muy clara: Sean Lennon no es los Beatles,
es Sean Lennon.