¡Qué sería de los grupos musicales sin sus fans! Nada. Su fisonomía constituye una fauna de presencia avasalladora, siempre envuelta en una algarabía provocada por búfalos enloquecidos. Animales que pierden la cabeza, se les nubla la vista en un orgasmo de chillidos ensordecedores y agónicos. El entusiasta jovenzuelo forma parte de esta masa embrutecida por un amor de pegatina, platónico y peregrino, que sigue a muerte la estela de su artista, emocionalmente deseado. The Script, el trío liderado por Danny O'Donoghue, constató este fenómeno de manera huracanada en la sala San Miguel. Su aparición sobre el escenario aporreó la valla de seguridad que le distanciaba del público: un trampolín para que el cantante hiciera de las suyas y se dejara despeinar como un ser terrenal carente de ego. Es lo que tiene el directo.
Incomprensible. Con sólo tres discos editados, The Script se ha comido al público adolescente madrileño. ¿Han conquistado la cima musical o son el producto de una fama cristalina? Un maremoto que se encuentra en la cresta de una ola a la que todos llamamos top one.
Sin aparataje escénico, todo muy frío, casi de improvisada asepsia, una masa embravecida y excitada les aguardaba con ganas de elevar sus gritos a estereofonía cacofónica.
Sin una entrada magnífica, pero respetable para la caja, el público era, en un noventa por ciento, femenino. Apelotonado contra el escenario, sentía la atracción de un imán invisible. The Script y sus seguidoras se encontraban separados por el foso de rigor que, desde el caso Madrid Arena, se lleva a rajatabla. Otra parafernalia incomprensible de la política destinada al ocio. Quien le iba a decir a O'Donoghue en septiembre de 2008, cuando se paseó con su grupo por España presentando un primer trabajo homónimo, que con tan sólo tres discos alcanzarían el estrellato comercial.
Su salida a escena provocó un griterío ensordecedor capaz de romper los tímpanos al más sordo. Se encontraron cara a cara de nuevo, distanciados por un espacio vacío; hueco que se llenaba con brazos lanzados al aire como prolongación de un deseo acaparador. Ganas de acariciar al ídolo, de materializar su ansia; de impregnarse del sudor que despedía su ídolo; descubrir cómo es su carne o a qué sabe su tacto.
Increíble. Las letras de las canciones apenas se escucharon. ¿Las disfrutarían estas seguidoras alocadas? Su apetito fue más voluptuoso que melómano. El sonido pasó por aceptable en una sala de ambiente onírico y enloquecido. Sí, The Script está formado por elementos humanos, juguetones en el escenario y cariñosos con un público que se deshizo en temblorosas miradas de locura vociferante.