El sonido de Moon Duo proviene de otra galaxia. Beben del krautrock y la psicodelia en un firme intento de crear melodías propias. La explosión atronadora de sus loops crea un colage divertido al mezclarse con el minimalismo que guitarra y teclados proporcionan. Su nueva visita a Madrid no les hace deconocidos para el público de esta ciudad, quien tuvo la oportunidad de saborear su pegada en Wurlitzer Ballroom y en Nasti Club. El aforo completo que presentaba la sala Boite lanza indicios de que los locales recogidos se están quedando pequeños para un dúo capaz de envolver con nuevas texturas los silencios de huecos escondidos.
Antes de que Ripley Johnson y Sanae Yamada, pareja sentimental, lanzaran su sinfonía cósmica, los madrileños Terrier se encargaron de encender la mecha al cohete con su ímpetu saltarín. Son unos tipos que se lo trabajan bien desde el principio. Divetidos y poperos, su olor a garage escondía garra. Se encontraron con un público relajado que despacio fue engullido por esta música.
A los cuatro temas de su EP homónimo, todavía caliente, añadieron ocho más hasta llegar a los doce que defendieron con talante peleón. El estorbo del ambiente ruidoso y una mutilación ejercida contra la voz de Maria Manoli no permitieron escuchar la chispa de sus canciones. Terrier fueron obligados a representar la baza del telonero subestimado.
Los teclados de Sanae Yamada y guitarra de Ripley Johnson salieron con el depósito lleno y en pocos segundos la sala Boite fue un volcán a punto de explotar. Tenían el motor caliente acompañados de su runrún machacón. El ritmo acelerado de las melodías reveló una hiperactividad mantenida, bien acogida por los presentes. A pesar de sostenerse en tonos monótonos con loops constantes, Moon Duo fueron capaces de focalizar la atención del público hacia atmósferas marcadas por la oscuridad luminosa y el ritmo maquinero. Existe algo de rave en el dúo californiano. El purismo de una grabación en estudio ganó al calor del directo. El poder de las canciones superó a la actuación apagada de Ripley, entregado en poner su talento ante la guitarra. El calor minimalista fue creciendo; trajo como novedad la cara nueva de John Jeffrey, el batería encargado de sostener el talante innovador que no hizo caer a Moon Duo en la sofisticación de programaciones y bucles.
Sus raíces de vendaval progresivo arrasaron la Boite. Sobre el escenario, hay una química orgánica entre Sanae y Ripley que engarza sus compases con pulcritud; mientras tocan, existe un distancia difícil de entender. Son particulares; como reza el título: de otro mundo.