La fuerza de la palabra se bate en amistosa contienda con el peso de la acción jugando a hacer teatro. El valor del idealismo mueve las corrientes del mundo político y filosófico; las tablas ayudan a enriquecer el espíritu humano que demanda cultura y devora pasión. Los grandes hombres han escrito la Historia gracias a la valentía de unos pensamientos conciliadores y la fidelidad en sus ideales. Tomás Moro fue protagonista avanzado de su tiempo. Un personaje que saboreó el néctar del poder y lo rechazó cuando su sabor se volvió rancio. Ajeno al sometimiento cortesano, aguardó entre meditación asustadiza el drástico final de un mente lúcida y sensata.
El reto que la Universidad Internacional de La Rioja lanza al espectador va más allá del impulso a consumir teatro; suscita debate. La figura de Moro crea polémica y admiración; enfrenta detractores y defensores de sus teorías, a caballo entre la utopía y el pragmatismo.
Con la que está cayendo para la Cultura, la UNIR se lanza a producir teatro sencillo, de calidad austera; serio y relajante. Su labor es digna de apoyar bajo la estela del Tomás Moro más modélico: fiel a unos principios que defendió hasta la muerte -injusta y asumida- sin dejar que el poder tomara las riendas de su destino. El andamio sobre el que se construye la dirección de Tamzin Townsend brilla dentro de una obra circular. Igual que el sol, la luz de “Tomás Moro, una utopía” se esconde por donde sale. La adaptación que Ignacio Gay García hace del texto shakespeariano nace y muere con el mismo momento trágico: a la espera de su ejecución en la Torre de Londres, el 6 de Julio de 1535. Nace y muere abrazando las puertas del fin: algo que asusta y enorgullece profundamente a la condición humana.
Nos preguntamos si la muerte es un momento trágico en la vida del hombre o la culminación de sus propósitos. El innovador Tomás Moro resuelve este enigma al entenderla como un trámite incapaz de eclipsar la supremacía de las ideas libres sobre las imposiciones.
Tamzin cuenta lo justo con las escenas necesarias. Es una representación de oratoria plástica sobre el texto que marcó un antes y un después en la ética política. Tomás Moro es el primer objetor de conciencia moderno. Un hombre libre y liberador. Humanista, inteligente, perspicaz y lleno de humor; amante de la lealtad y la revolución constructiva.
“Dame un alma que no conozca el aburrimiento, los refunfuños, los suspiros y los lamentos y no permitas que me tome demasiado en serio esa cosa tan invasora que se llama "yo".”
El discurso comienza con la oscuridad obligada de la muerte llamando a una puerta. Su desarrollo, hilado con soltura, nos conduce por la vida del teólogo y humanista a través de la visión sencilla de un hombre sin intereses personales. Su filosofía es profunda, progresista y llana; fue lengua astuta. Escuchamos a la figura pública en su entorno familiar, saboreamos su cercanía.
Tomás Moro fue crítico con el parasitismo feudal imperante en Inglaterra durante el siglo XVI. Su aportación a la pacificación popular a través del razonamiento sostenido resultó vital para el curso de la Historia. Este volver a revisar su utopía se encuentra con el personaje conciliador: razona junto al pueblo, le abre los ojos. Moro siente el fervor popular y la injusticia cometida contra su buena fe. “Tomás Moro, una utopía” es traición, revolución, defensa y rebeldía; abuso, lucha; humildad; es pasión y obediencia a la lógica de unas ideas diseñadas para el pueblo.
“No es posible que todas las cosas estén bien a no ser que todos los hombres sean buenos.”
Percibe cómo el pueblo se siente afectado por una ocupación más moral que territorial.
“Los hombres, cuando reciben un mal lo escriben sobre un mármol; más si se trata de un bien, lo hacen en el polvo.”
Las escenas van conduciéndose por un diálogo que enlaza situaciones. El elenco nos introduce en un mundo vívido y palpitante: como leer un libro en silencio o escuchar un cuento donde el lector se siente protagonista. Siempre uniforme, “Tomás Moro, una utopía” se desenvuelve por derroteros de comedia y tragedia: dolorosa y reconfortante. La vida del pensador renacentista transcurre en un mismo escenario dentro de distintos ambientes y etapas.
La labor del equipo técnico queda patente con la vanguardia de la adaptación visual. Pasado y presente moldean una obra clásica en formato moderno, sin perder el pureza de su texto. Es ecuménica y visual. Aúna política, religión, soledad, confabulación. Se desmitifica la imagen de Enrique VIII como rey faldero para dar otra de cautivo por el poder. Un cicerone actualizado como mayordomo virtual nos dirige por los vericuetos de lo que vamos a ver y lo que no veremos.
La agilidad en el trabajo actoral revela una pieza sostenida entre lo cómico y dramático. Junto a Tomás Moro político, conocemos al hombre amante de su familia, su país y sus principios.
