Los grandes dinosaurios se niegan a desaparecer. El cambio climático musical no puede con grupos que han dejado huella en la historia de la música pop reciente. Spandau Ballet es uno de esos especímenes que no desea petrificarse en la gloria extinta; lo dejaron claro durante 2009 con nueva reunión, nuevo disco (“Once More”) y gira mundial (“Reformation Tour”). Envueltos por el recuerdo obligado, peso de su edad artística, el grupo que lidera Tony Hadley ofreció en Madrid un recital de recuerdos sonoros ante un minúsculo número de seguidores adultos. Eran aquellos que en la década ochentera les habían seguido de manera incondicional, atraídos, en parte, por su vestimenta de chicos guapos, rompedora. Estábamos en la cima del movimiento Nuevos Románticos, una etapa cargada de creatividad musical donde los grupos emergentes impulsaron una nueva imagen, deseosos por sobresalir gracias a su talento e imaginación.
Si hay algo que agradecer a estas bandas, y a Spandau Ballet en particular, es su derroche de fantasía dentro de un circuito musical que se antojaba insólito, con gotas de misterio.
Spandau Ballet ha marcado una época musical. Fueron creadores de tendencia en las canciones y en la moda; un icono juvenil de aportación inmortal.
Los años han cambiado su físico, la música no ha variado. El escenario madrileño que les acogió aportó humildad en formato recogido y, a pesar de que su adecuación al directo no les hizo justicia, el Barclaycard Center albergó una actuación soberana. Correcta, sí; cargada de efectismo visual, por supuesto. Las canciones saltaron de una a otra con rapidez, algo frías, con acelerada sonoridad, sin dar pie a saborear temas tan emblemáticos como “Only When You Leave”, “How Many Lies” o “Round and Round”. Canciones que recordaban con vívida nostalgia su paso por programas como “Aplauso”, “Tocata” o “Rockopop”.
El toque electrónico, de un directo que trastocó la esencia de sus notas, alteró la cadencia romántica de los 80. Aún así, Spandau Ballet brilló dentro de la exactitud melódica. No llegaron a enamorar de nuevo pero sus canciones avivaron las pasiones dormidas en forma de recuerdos fosilizados por la memoria. La banda londinense hizo un recorrido exhaustivo por su carrera: desde su primer álbum, “Journeys to Glory” (1981), hasta “Once More” (2009), su aportación más reciente. El saxo de Steve Norman, impresionante; la voz de Tony Hadley, que no acusa fallos con el paso de la edad (aunque no suene ochentera), cantó sobria y la guitarrra de Gary Kemp marcaba los tiempos de manera punzante y eléctrica. Ni John Keeble a la batería, ni Martin -el pequeño de los Kemp- desafinaron en esta conjunción más que aceptable.
En todo momento, sus canciones estuvieron arropadas por un juego lumínico digno de elogio, perfectamente conjuntado, conservando los cánones de la estética sobresaliente. Tony Hadley no dejaba de correr por el escenario, a pesar de su barriga encorsetada en un traje de discreta elegancia. El tempo de Spandau Ballet se ha acoplado a la edad perdiendo frescura, donde el guiño tecno eclipsó el atractivo de su época como Nuevos Románticos. Hicieron un recorrido por la memoria musical de los años 80 gracias a “Chant n1?, “Instiction”, “This is the Love” o “Highly Strung”.
Su frescura juvenil se transformó en movida madurez juguetona. Lo son todo en la música del movimiento New Romantics, queda un agradable recuerdo de su pasado y unas intenciones divertidas, arropadas por temas memorables. A pesar de que la frescura se desvaneció en el aire como oro líquido, este concierto mostró músicos serios interpretando temas de manual, de valor museístico, nada de bisutería. Se adueñaron del escenario, grande para un formato de público reducido (sobre 2.500 personas). Familiar.
Buscaron la inmersión en el espectador y lo consiguieron. “Communication”, “True”, “Through The Barricades”, incluso “Gold” por partida doble, redondearon una actuación cargada de recuerdos y pellizcos en el corazón de quienes hace años también sintieron la rebeldía de los nuevos románticos, de Spandau Ballet y su musculatura musical. Un clásico en el tiempo.