El éxito y el respeto artísticos se ganan en el escenario. Sólo conocemos el lado menos endiosado de nuestros ídolos cuando alguien tiene la genial idea de publicar su biografía no autorizada. En el escenario, es una pieza más del montaje visual que arrastra un concierto. Las frases cliché y los gestos repetitivos siempre invaden ese ambiente de gomina estereofónica, de burbuja que nos sitúa, durante unas horas, en otro espacio.
A veces, surgen personajes que superan el artificio de este mundo empolvado, con olor a maquillaje de camerino, para enfrentarse a injusticias que aparecen delante de sus ojos. Alejandro Sanz, que no es santo de mi devoción musical, ha dado una lección de civismo en el salón Baja Center de Rosarito (Baja California).
El concierto del día 20 se estaba calentando frente a la sorpresa, convertida en testigo de una agresión machista. Sin pensárselo dos veces, el músico andaluz paró su actuación. El intérprete de “Corazón Partío”, guitarra en mano como única arma, y la indignación desatada, se atrevió a increpar a un maltratador que, en medio de la multitud entumecida, estaba acosando a una mujer. Él lo vio desde el escenario, metido en su papel de artista; luego, se quitó el disfraz de mito para convertirse en ser humano que se rebela contra las injusticias sexistas.
Se percató del incidente y, pasándose por el forro las medidas de seguridad, y entre el nerviosismo de alguna admiradora que soñaba con abrazar a su ídolo, tuvo el coraje de parar el concierto, dejar a sus músicos colgados en un bucle inesperado y desenmascarar a ese indeseable. Los acordes de “La música no se toca”, huérfanos de voz, seguía sonando, ante su explosiva irritación. Quienes te apoyamos, suscribimos: “y a las mujeres tampoco”.
Me quito el sombrero ante una actitud tan poco cultivada: llena de civismo y detractora de la violencia. Fue un acto combativo, y valiente, que todos deberíamos imitar.
Alejandro Sanz está hecho de otra pasta, es un todoterreno al que no le importa su espectáculo ni su mánager cuando presencia una agresión. Con este gesto ha demostrado ser mucho más que un nombre con gancho musical. Se ha ganado el respeto como persona, aparcando su traje de famoso, para bajar a la arena y encararse al machito prepotente que, con su zafia actitud, emborrona la igualdad entre seres pensantes.
“...Yo no concibo que nadie toque a nadie, me da igual, y menos a una mujer.” Esas mujeres a las que luego regalamos flores un 14 de febrero. Admiro la valentía con que se dirigió al bruto al que finalmente consiguieron desalojar del recinto. Es hora de cambiar nuestro circuito mental en las relaciones humanas, plantearnos que cualquier lugar es bueno para denunciar una agresión y neutralizar conductas enfermas. Alejandro Sanz, gracias por esta lección; gracias por tu valentía y determinación.
James Joyce decía que “Las acciones de los hombres son las mejores intérpretes de sus pensamientos”. Ojalá a partir de ahora, haya muchos Alejandros que se opongan a la violencia como tú lo has echo.
