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CÓMO DISTINGUIR LA MÚSICA DE UN DISCO RAYADO
(Sharon Bates + VAHO. Los alcalaínos presentan ‹‹Detrás de ti››.
Sala El Sol, 14-septiembre-2019)

J. G.
(Madrid, España)

Sharon Bates + VAHO
   

Existe el error contante de pensar que los conciertos musicales con el cartel de todo vendido (para los progres, sold out) son sinónimo de éxito. También se supone que este letrero se logra gracias al artista principal dejando a los teloneros aparcados como si fueran componentes de segunda mano. Actúan como guarnición para el plato principal que, a veces, acarrea indigestiones molestas. Los programadores y el público dirigido por ellos están en su derecho a equivocarse. Algo así ocurrió en la sala El Sol. El templo de la Movida madrileña rebosaba de seguidores incondicionales que han rebasado la etapa del histerismo adolescente.
Los vallisoletanos Sharon Bates, nombre oscuro que no define su indie-rock cristalino, dieron la cara sin complejos, con embestidas taurinas elegantes. Como la honestidad tiene que ir en primer lugar, de entrada hay que felicitar al quinteto por su puntualidad británica: ese dato que pasa desapercibido cuando se cumple pero molesta tanto cuando se ignora. Este respeto por las formas es el primer motivo de agradecimiento en su actuación. No tienen el aura de las grades estrellas arropadas con el nombre; son músicos jóvenes que viven a impulsos de bajo, batería y voz. El sonido limpio no generó estridencias ni teatralidad. ¡Merecería la pena que muchas bandas consideradas punteras tomaran nota de ellos en el saber hacer y estar!

Sharon Bates desarrolló una música sencilla, resuelta y sin complicaciones propia de tipos sensibles; agradó. Cristian Haroche consiguió que la audiencia estuviera cómoda gracias a canciones exentas de pringue pija. La voz dirigente del vocalista y guitarra proporcionaron píldoras de optimismo acompasado mientras las cuerdas de Javi Hernández ardieron como la pólvora rebelde junto al bombardeo de una batería vital. El violín de Daniel Peñalba regaló acordes melódicos con pajarita. Su repertorio, corto en su reducción obligada, mostró composiciones equilibradas.

Llegó el turno a la estrella de la noche: el grupo Vaho. Vinieron acompañados por una fama reciente con raíces mediáticas. Irene, la voz nueva, irrumpió en el escenario con energía danzarina y semblante divertido. Su magnetismo se sostuvo con luz artificial aguantando después del primer fogonazo. Un bucle fresco. Vila, el guitarrista que hizo las veces de compañero de viaje, fue el yang de una compatibilidad escénica basada en el enfrentamiento actoral. Sus esparajismos gesticularon textos sin la gracia del rapero ni la malaleche del roquero. Cada uno en su papel interpretó una versión divertida del dúo Pimpinela. Mezclaron la lírica con un sonido sin definir. Es rap, es pop chicloso... No lo sé... Sólo se atisbó comercialidad grata para orejas de terraza y juerga fácil. Los alcalaínos se dejaron escuchar como relleno efímero de felicidad circunstancial. Respetaron el momento de la tranquilidad en Magia, con pose de calendario promocional, para endulzar una miel insípida. Tampoco faltó el instante emotivo de los agradecimientos, con lágrima incluida, mojado por una empatía artificial. Poco creíble excepto para sus acólitos.

A pesar de moverse con energía, Vaho trazó una cortina de humo que no dejó ver más allá de sombras juveniles. Su sonido lanzó ecos enlatados que, a pesar de convencer, resultaron monótonos. Al escuchar la primera canción de esta formación musical has escuchado todas.

 

 

J. G.

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