Celebremos la muerte para festejar la vida. Turandot, a parte de ser la ópera inacabada de Giacomo Puccini por su fallecimiento, inaugura la etapa nueva que Yelmo Cines dedica a este género musical. También homenajea a un padre del séptimo arte: Franco Zeffirelli. El realizador y escenógrafo italiano, amante de lo exquisito, hizo de éste su trabajo más icónico. En paralelo, estaba cocinando un Rigoletto que el próximo año tenía pensado estrenar en la Royal Opera House de Mascate, teatro que inauguró en 2011, precisamente, con la obra que Puccini no pudo finalizar. Turandot es un cuento despiadado donde la vitalidad de la daga y la intención del jeroglífico perverso caminan de la mano. La presencia de una esclava que alcanza el grado de heroína, Liù, se impone a una princesa cruel, escondida durante el primer acto, dentro de atmósferas palaciegas rodeadas de exotismo oriental: un mundo amurallado donde la mujer nace con el sino marcado. El emperador Altoum inaugura la acción con un bando en busca de partido para la princesa, lejos de la épica original del poeta persa Nezamí Ganyaví y más cercano a los estereotipos del género teatral italiano de Carlo Gozzi.
El viaje del argumento, desde Ganyaví hasta Puccini, ha pasado por François de la Croix, Antoine Galland, August Clemens Werthes (que la traduce al alemán) hasta Turandot, Prinzessin von China, la dramatización que Friedrich Schiller hace de la obra, tomando la versión de Clemens Werthes. Esta evolución, unida a la teatralidad de personajes cubiertos con máscaras, justifican su alma de commedia dell'arte. Según el cuento persa, Turandot está atrapada por el destino sexista que organizaba matrimonios con el objeto de que la moza no se quedase para vestir santos. La princesa Turandot basó su juramento de soltería en la venganza del crimen cometido por un príncipe extranjero contra una antepasada suya, Lou-ling. Su presencia diminuta en el primer acto es defendida por un mandatario convertido en mensajero de tres preguntas con caparazón de enigma indescifrable. La respuesta correcta, además de iluminar el casamiento, evitará la ejecución del infante osado. Muchos han sido los pretendientes que se han lanzado a la aventura de la conquista amorosa y excesiva la sangre vertida en el intento fallido por alcanzarla. El cuento de hadas hace sitio a la tragedia fusionándose en el puente colgante de lo imprevisto. El final de este camino es trágico y amoroso. El protagonismo de Liù dirige gran parte de la ópera imponiéndose huracanado entre Calàf y Turandot, rodeados por un mundo de gongs, máscaras, guerreros.
Liù es libre, el secreto llevado a la tumba por amor; Turandot, una princesa recluida en su jaula dorada, un objeto del destino que, a pesar de su seguridad, no domina; la víctima de una violación romántica; frialdad solitaria; la decepción desamparada; la fuerza inerme; la rebeldía equilibrista en una pista sin lona; la doncella tan inmensa en su belleza como en su odio; Calàf, el joven rendido ante el dardo enamoradizo; Timur, el decaimiento regio; el emperador Altoum, un hombre de palabra. La caricatura de Pang y Pong abona el terreno para una solución final con dos caras definidas: la boda o la muerte. Puccini incluye a Ping en un molde con elementos tradicionales del teatro chino y pimienta italiana. Son las dos miradas del destino: lo que puede y lo que debe ser, lo deseado y lo esperado; siempre, lo desconocido. Su comicidad sarcástica ilustra la corrupción en China. El gobierno censuró Turandot durante años por entender que menospreciaba a su pueblo.
La princesa se convierte en otra posesión a conquistar, delicada en su solidez marmórea, cuyo talón de Aquiles es vulnerable al razonamiento del corazón. La ópera de Puccini impulsa el movimiento de masas constante, el anhelo de un pueblo que desea con esta boda la recuperación de la paz. Zeffirelli despliega, como testamento, la suntuosidad de un montaje arquitectónico. Su singularidad oriental resalta en tres espacios: los muros de la Ciudad Imperial de Pekín, la opulencia y grandiosidad que protegen al Palacio del Emperador y el entorno áulico de sus jardines.
Yannick Nézet-Séguin dirige esta obra por segunda vez. Las notas cristalinas y voces entregadas tienen matices porcelánicos y resistencia de jade. Todo es fastuoso: desde los decorados hasta la música reluciente, el elenco encabezado por Christine Goerke (Turandot), Yusif Eyvazov (Calàf) y Eleonora Buratto (Liù) hasta la intimidad del aria Nessun dorma. La ópera que Puccini no escuchó acabada es un espectáculo de sentimiento y color. La princesa Turandot desvela el nombre verdadero del personaje incógnita: amor.
