Desde que en 2013, Charles-Baptiste personalizara Get Lucky, el tema de Daft Punk, su popularidad no ha dejado de subir. El sonido ecléctico que desarrolla marca un estilo sin género definido aunque el acercamiento al pop sea palpable. Su textura apacible regala sonidos repetitivos que se a cercan a lo discotequero. Así lo ha dejado patente durante un concierto con aire familiar. El ambiente musical presidido por un piano definían la presencia de melodías agradables al tacto sonoro con un componente clásico. Su compañía condujo melodías de la expresividad francesa frente a un público entregado a la complicidad con el artista. Los primeros acordes que sonaron desde el Teatro del Instituto Francés de Madrid sorprendieron por un dinamismo permanente.
Con cara de hombre cómico y aspecto más cercano al prestidigitador que al intérprete con seriedad pianística, el músico francés acarició las teclas sin sobresaltos ni disonancias. Acercó sus canciones a un auditorio que disfrutó con una sonoridad marcada por el ritmo efectivo y alegre. El repertorio movido dejó espacio para alguna balada como centro de la parte tranquila que también invitó a pasarlo bien. Sonó cantarín, sin función dramática, próximo a los acordes limpios y fáciles de acoplar a un ritmo seguido con pies, palmas y coros guturales. La entrega de la estrella francesa envolvió una atmósfera juvenil palpada entre nota y nota. El juego escénico de alguien próximo al mundo del pinchadiscos y la electrónica contó con la proximidad de oyentes motivados ante quien supo ponerse a su altura. Sin distancias. Charles-Baptiste no es el figurín de escenario distante. No paró de tocar ni de dirigirse a la audiencia con humor y ganas de divertirse entre lecciones de español rápido, risas y mucho agradecimiento. Títulos como Aussi Cool Que Toi, Slalom o la participación general en Ce ne sont que des jeunes resumieron la intensidad de una velada francófona con espíritu universal. Su improvisación fortaleció una percusión sólida. Fue una visión distinta al trabajo pegado a los platos y las mezclas o de aquel concierto del confinamiento que en 2021 ofreció en la institución que hoy visitaba. Casi hora y media de música vibrante e intensa valió la pena y, como suele suceder en cualquier experiencia placentera, se hizo corta.