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Histórico

 


LLEGA EL MOMENTO DE LAS VOTACIONES
(La parte segunda de Eurovisión 2022)

J. G.
(Madrid, España)

El momento de elegir un campeón para el Festival de Eurovisión 2022
   

Los cantantes dejaron de actuar sobre en el Palasport Olimpico turinés. La primera franja del concurso eurovisivo acabó. La más importante iba a comenzar, jamás la más ecuánime si es que existe algo de imparcialidad en esta celebración. El repertorio de tantos jurados como países participantes dificulta su transparencia; la ocultación de este listado ennegrece una fiabilidad que puede ser honesta. Este secreto, ofrecido como colofón guardado celosamente, el certamen presenta una opacidad, hecha norma, que suele convertirse en foco de críticas elementales.
La parte que, hipotéticamente, sirve para recoger lo sembrado, se perfila como la más esperada por artistas y espectadores, una vez que la valía de los primeros ha tenido su momento. La más ansiada por un público desde que el televoto se implantó en 1998, permitiendo el ingreso extra por las votaciones a través de números de tarificación especial y SMS. La capacidad vocal, la actuación, la originalidad de la composición, la impresión general obtenida y la calidad pesan en la teoría pero desaparecen en la urna (musical). ¿Calidad técnica o humana? El Festival de la Canción de Eurovisión se ha transfrmado en un concurso de talentos, un embrión de Operación Triunfo, La Voz o Got Talent, ¿con intenciones culturales?, donde se vota para mantener estables las relaciones políticas de Estados fronterizos.

Los nervios escénicos se traducen en espera, ahora sólo cuentan las decisiones de un puñado de personas desconocidas llamadas profesionales. Profesionales de la melodía, profesionales de este negocio, profesionales del entretenimiento, profesionales de la diplomacia, profesionales del análisis coreográfico, profesionales de sopesar aburrimiento y calidad, profesionales de medir la cuota de pantalla. Las facultades vertidas en Turín esperan las duras y las maduras. Los momentos de revés y gloria se miran cara a cara. Todos están contentos y sonrientes para la foto de familia. La textura de sus pensamientos acepta lágrimas y sonrisas contenidas. El color, ilusionante, es un camaleón inquieto entre el deseo y un resultado que alegra a pocos y decepciona a muchos, a pesar de valorar la experiencia participativa que ahora se llama inmersiva. Las sonrisas, muchas de ellas cubiertas por el disfraz nervioso, son pilladas a tradición; otras, se comen la cámara mientras atrapan la complicidad de la imagen. Quieren caer bien. El voto se convirtió en bastón de mando. Ahora tocaba esperar, en un tiempo eterno, las cábalas realizadas por el jurado ante la expectación general que hacía quinielas sobre su representación favorita, muchas veces coincidente con la del propio país. La razón se venda los ojos para dejar que la ilusión cabalgue libre hasta que el resultado comience a moldear unos pronósticos que no pueden contentar a todos (por mucho que se esconda). Siempre se encuentra una justificación para hacer del bochorno la anécdota principal de un acontecimiento lúdico.

Los narradores televisivos se sometieron a la tiranía del apoyo patriótico. Tony Aguilar, repetidor desde 2015 en tres ocasiones, lanzaba sus comentarios con frases que le imaginaban arrodillado. Agradecía el apoyo que naciones, disfrazadas de compañeras de clase para elegir delegado de aula, daban a la representante española. El comunicador saca aires de parcialidad que debería guardarse en el bolsillo como mago del suspense. Julia Varela, habitual como locutora en estas lides junto a Aguilar, ofreció un semblante sonoro emocionado sin el acento pinchadiscos de su compañero. El momento se cargó de ilusión anual mientras una cascada de invitaciones reiterativas al veredicto de la gente inundó las pantallas hasta ahogarlas en un mensaje cansino. El drama shakespeariano se resumió en dar el triunfo o rematar el fracaso de la ilusión artística. Los intereses entre pueblos amigos no eclipsaron la cáscara musical porque ya la conocemos de antemano y no importa. La hermandad báltica y las zancadillas de Grecia y Chipre a Turquía volvieron a dejar claro el sabor amargo de una reunión festivalera con envoltorio geoestratégico. El peso de Ucrania, también ganadora en 2004 y 2016, marcado por la invasión rusa actual, ha sido decisivo en el veredicto aficionado para inclinar la balanza hacia el lado solidario. Inapropiado e injusto. El grupo Kalush se llevó el gato al agua por la decisión popular que atiende al criterio fiable de la simpatía. Ucrania, no me cansaré de repetirlo, ganó gracias a la figura teatral del eurofán que hizo de la charanga una victoria injustificada.

Cuando el sistema VAR llegó al fútbol se armó un revuelo entre detractores y quienes lo apoyaban. La inclusión del voto popular ha puesto en tela de juicio la seriedad, de por sí depauperada, de un festival convertido en fiesta del compadreo político. Quien diga que la guerra contra Ucrania no ha influido en esta edición no quiere ver una evidencia cantada antes de que la selección final comenzara el 10 de mayo. Los puntos no cayeron del lado de los mejores sino de quienes supieron acercarse más a las gustos de una audiencia étnico-hiphopera. La noche de palomitas se alargó entre aritméticas caseras, pronósticos ciegos y negocio para las casas de apuestas. La decepción oculta mostró sin filtros cómo la aptitud es sustituida por intereses cercanos: de gabinete o de sangre.

 

J. G.

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